«Una pandemia dentro de otra»


El día martes 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial de la Lucha Contra el Sida. La vida últimamente a nivel mundial como dista el enunciado de la lucha, se ha enfrentado a una pandemia más y que trajo luego del alero revelador del estallido la claridad de que si todo el mundo se ve afectado, todo el mundo intenta seguir las normas establecidas por las instituciones de salud, manteniendo conciencia social, increpando a quienes no la llevan al pie de la letra aniquilando el protocolo en fiestas o en salidas innecesarias al centro.
Sin embargo, el VIH ha estado presente en la población nacional hace mucho tiempo. Derrochador y en todo sentido de la palabra, deja en evidencia la vez que ONU a través de su proyectiva ONUSIDA en el año 2018 declaró que en América Latina la tasa de contagios entre 2010 y 2018 había aumentado en un 7%, enarbolando en el podio mayor a nuestro Chilito con un aumento del 34% de la tasa, convirtiéndolo en el país con la más alta de contagios anuales.
Este caso y la cachetada potente del confinamiento que estimula reflexión aleatoria no hace más que recordar aquel slogan que viene luego de la sed: “Si es chileno, es bueno”. En este punto fuimos buenos para no seguir la medida preventiva, para dejar el condón fuera de la cuerpa que tanto dictamos en el discurso. Algo estaba ocurriendo en ese Chile de aquel 2018 que la tasa anual de contagios de VIH se estaba convirtiendo en parte de la identidad chilena que hoy muy poco se defiende, por cierto. Y es que es un hecho, la pérdida de la identidad patriota no es algo de extrañar. La vejación ocurrida a los derechos humanos durante el estallido es un ejemplo contundente. Cuesta ver que a tus próximos se les está enjuiciando por seguir la lucha que a todos nos compromete y de la cual al menos se han rescatado vías de liberación como la próxima hoja en blanco necesaria para reestructurar un poco más el país. Y eso no deja de ser otra arista clave de la lucha contra la propagación del VIH, puesto que el proceso social que se vivió hace meses y sigue más vivo hoy que nunca, dejó ese velo reflexivo con el ojo agudizado en todas las posibles formas de injusticia.
Durante la pandemia por covid-19 las personas seropositivas demostraron un 46% de satisfacción según la Encuesta de Calidad de Vida en Personas Viviendo con VIH de la Fundación Chile Positivo, de su estado actual de vivir, muy distante de lo que viene con el discurso tabú disfrazado de fobia que se cuenta sobre las personas que conviven con VIH o ya con el SIDA, donde se las calca de débiles, promiscuas, infecciosas y poco más de vectores absolutos del virus. Si un 46% de las personas encuestadas afirma vivir de forma satisfactoria hay bastante que emprender en el camino integral de la educación que hoy por hoy dista mucho que desear sobre todo en el arrojo desproporcionado por las competencias que el sistema educativo implementa, pero no así en educación sexual.
Otra motivación de grito que no deja de dar vueltas y que en este día de lucha sale a la luz como otra forma de empoderarse es la poco conocida Ley 19.779, enfocada principalmente en SIDA, siendo su artículo número 6 el encargado “velar por la atención de las personas portadoras o enfermas con el virus de inmunodeficiencia humana” siendo que los CESFAM funcionaron en rigor de la urgencia pandémica y aquellas personas con tratamientos para su calidad de seropositivos o de fármacos retrovirales quedaron a la merced de que el famoso SarsCov2 se “volviera buena persona”. Es un ejemplo a seguir el que instituciones u organizaciones empecinadas en eliminar el estigma de la enfermedad mantengan a lo largo del año la constante campaña de prevención invitando al público general a tomarse el test rápido de VIH siempre necesario, sobre todo en Chile donde parece ser tan abundante como el prejuicio y la hoy felizmente decadencia de la hegemonía.
“No me privo de entregar mi amor”
Son las palabras que zarandean mi mente hoy día, con el gesto más tierno y radical que se ha podido escuchar como si se tratara de un slogan perfectamente hecho. Pues es un retrato finalmente. El sistema se ha encargado de vincular a este “cáncer gay” como decía en aquel tiempo cierto medio en un titular, que más parecía escrito a punta de culata, a que la enfermedad y el virus se conviertan en un sesgo discriminatorio, un factor importante para la multitud reaccionaria para deslegitimar a quienes son portadores, siendo que el enfoque debería ser otro. Mejor dicho, el “no privar de entregar amor”, oséase, dar una línea enfocada en la rotura del estigma, porque este tema se habla allá en las alturas cordilleranas de la capital como si fuese algo que por altura no llega, no afecta, no subsiste, cuando el énfasis sanitario es una responsabilidad de todes.
Es por eso que hoy, en este día de lucha el llamado es a no olvidar a quienes en algún momento apuntaron con el dedo como si de “utensilio calibre 44” se tratase, algo que en el 2018 terminó afectándonos a todes por igual, un tema que las reformas gubernamentales escribieron por escribir y no se hicieron cargo, sin considerar la morbimortalidad íntima que lleva el virus sin el tratamiento correcto, traduciéndose en un “no me importa, no me interesa que se muera” de parte de la amabilidad estatal. Este es un día para no olvidar estos hechos, a estimular la educación sobre la injusta educación, a poco más que dibujar para que los entendidos entiendan que se puede vivir como cualquier otra persona (como si ese no fuese el plan), a promover la claridad actual que lleva el SIDA como otro vestigio más del machismo disfrazado de silencio, a sustentar la memoria combativa sobre la patria que nos identifica, la única patria digna de banderear: nuestra cuerpa que tiene que ver con nosotres al final y no una bandera unificada llena de lacre escurriéndole sin vergüenza.