Una noche prestada


La visita a Aruba se aproximaba, Mauro y yo esta vez nos saltamos los placeres del sodomita imperio para recalar en un lugar virgen de nuestros pies. Un lugar que debíamos profanar con nuestros cuerpos. Haciendo de cada salida una ruta de pecado y arrepentimiento.
No pretendemos ser los hechiceros paganos que se entregan a la inquisición para ser quemados, no somos parte de un ritual de aquelarre sureño. Simplemente nacimos para ser felices y ofrecer adecuadamente las noches prestadas que la vida nos dio.
Mauro enciende el wsp amarillo, ese que nos contacta al otro mundo, uno lleno de encanto, lujurioso y prostibular, donde droga, sexo y alcohol, dan la bienvenida a todo forastero que está dispuesto a perder los límites del propio cuerpo y mente.
Antes de salir del país, la noche previa de salida, guardamos nuestros corazones y límites en una caja con mirra, oro y otras especies, la tapamos para que no vean ni sientan lo que vamos a concretar.
El wsp amarillo comienza a vibrar según nuestra avanzada por Aruba, suena y cada vez suena más, observamos la oferta y vemos que la carta es amplia, un abanico de opciones sodomitas están frente a nosotros. Todos disponibles para la diversión, aquella diversión que muchos entran escondidos y la desean más que el sol a la playa.
Aruba nos sorprende, su oferta es tan variada como apetecible, una invitación a pecar sin arrepentimientos. Se puede concretar cualquier cosa en papiamento, idioma nativo, inglés, castellano u holandés. Donde la madre patria es Holanda, sus cuerpos actúan como su bendito pasaporte. Un permiso al goce y disfrute de los cuerpos.
Mientras, los mensajes sonaban como caja registradora, mirábamos las cartas, entre cerveza y recuerdos se abre el hambre, el sol se esconde advirtiendo a la luna que todo pasará pronto y trabaje con los ojos fuera de la Isla.
En un momento llega al estacionamiento del hotel un auto azul, con Mauro, entre risas y llamadas familiares no tomamos atención, un hombre sale del coche y me hace señas, no logró entender que pretendía, sin embargo subir a ese auto podía ser una disfrute seguro, posiblemente el último disfrute, ventanas polarizadas, dos hombres en su interior, el mensaje en el canal amarillo decía «llegamos al estacionamiento, que hacemos» al rato entendimos el mensaje que por suerte no logramos entender en el momento, ya que nuestros cascos ligeros nos llevarían directo al placer de varios.
Esa tarde no lo hicimos, si bien no tuvimos problemas en entrar y jugar a la lujuria. Nuestra noche de ese día, era una noche prestada.
Por psicologocano
José Luis Díaz, Psicólogo
psicologodiaz@gmail.com
Ig: @psicologodiaz