Cultura

Escritor Diego Olmedo Gallo publica su poemario “Vagabundeo mental”

“La obra es una cachetada al drama. Desnuda la naturalidad del ser humano y suscita la comprensión del mundo desde lo sencillo y lo minimalista”.


El escritor y poeta chileno Diego Olmedo Gallo lanzó durante el mes de agosto su primer poemario, en un encuentro al aire libre, amigos y admiradores acompañaron al autor en la presentación de la obra impresa, donde además de compartir fragmentos del texto, Olmedo autografió ejemplares especialmente para sus lectores.

Esta pequeña gran obra nos habla de lo humano y nos hace despertar de aquellos sueños idealizados, haciéndonos volver a la gris vorágine de la urbe que nos consume lentamente. Como señala su editor y amigo Joiner Bernavil: “Leer este poemario nos quita el velo de lo encantado y nos empuja a continuar saliendo de los sueños de vez en cuando para encontrarnos en la cima de la realidad más fría y salvaje de la ciudad”.

“Vagabundeo mental” es una obra que rompe con lo cotidiano y nace en los dedos insurrectos, en los dedos literarios y originales de Diego Olmedo Gallo. “Más allá de ser un libro encaminado hacia lo tradicional, sugiere ver el mundo desde el diarismo, rompiendo con los estereotipos sociales y fomentando la noción de observación sobre las acciones que nos empapan de realidad por encima de los escenarios retóricos enmarcados en la ilusión, en el querer o en la búsqueda interior. Señala lo superficial. Todo aquello que nos afecta desde lo externo”, señala el editor.

“Vagabundeo mental” se encuentra disponible en formato impreso y versión Kindle.

“Sorprende el hecho de saber que estamos hechos de acciones sucesivas y de historias que se repiten en un frenético andar de las horas. Y no cualquier cantidad de horas, si no las de nuestro tiempo. Nos detenemos en uno y fijamos la mirada en lo pequeño que somos. Y en el vagabundeo mental en el que nos la pasamos la mayor parte de nuestras vidas cuando decidimos tomar una selfie y esperar el like de los otros, de lo contrario, nos sentimos menos, concluye el editor Joiner Bernavil sobre la obra de Diego Olmedo Gallo.

“Vagabundeo mental” (55 páginas, tapa blanda) fue editado bajo la Firma Editorial J. Bernavil y actualmente se encuentra disponible, en formato impreso y su versión Kindle, en www.amazon.com. También se puede adquirir directamente con el autor.

Diego Olmedo Gallo: @hank_scardanelli
Librería Pluma Veloz @libreria_pluma_veloz


Presentación del libro “Vagabundeo Mental”

“no resucites por ningún motivo
no tienes para qué ponerte nervioso
como dijo el poeta
tienes toda la muerte por delante”

(Extracto del poema “El Anti-Lázaro”, de Nicanor Parra).

El vagabundeo mental tiene que ver con el “quedarse pegado”. Esto es en un sentido tanto literal como reflexivo, este nadar inmerso en una reflexión desinteresada durante conductas y actos autómatas, viviendo el absurdo de Sísifo desde las 05:30 de la madrugada, trabajando como reponedor en un supermercado, todo sea para tener el último Iphone y sacar selfies llenas de filtros en el baño, viviendo desvivido por cumplir estándares impuestos por los algoritmos de mis preferencias que han extraído de mis redes sociales y la entregan como los Testigos de Jehová publicitándome con el fin de que gaste todo el dinero posible en cosas anodinas e innecesarias, e incluso endeudándome, y todo para que me hagan ver más atractivo de lo que soy, hipotecando gradualmente el “vivir la vida”. La quintaesencia del apuro de subir la selfie fitness desapareciendo el fondo por la forma.

Todo actualmente se basa en la falsedad. La falsa comida, la falsa vida, las falsas uñas y las falsas pestañas —los falsos amigos— la imagen que vendemos y que, en la intimidad interna del auto interrogatorio, sabría fácilmente confesar que no somos ni “un montículo de mierda/de perro que vos/que pensabas posible/ser artista /pisarás a la salida/de tu trabajo esclavo/queriendo convencerte/de que la suerte está de tu lado” como dice la poeta bonaerense Ivana González. La absurda idea de creernos nuestro cantante favorito cuando no somos más que la mierda latente gasta oxígeno que sigue aspirando a la inmortalidad —algo completamente inexistente— ¿y para qué?, para que nuestro ánimo dependa de la cantidad de seguidores exponiéndome en el pueblito de un país que nadie conoce. Más estúpido aún es creer en esa falacia auto impuesta y autogenerada. Todo esto fluye como ideas a gran velocidad por todo mi encéfalo, y pareciera ser lo único que veo, que siento, mirando el techo de la habitación, acostado sobre un colchón vencido y que yace igual que uno: en el suelo. El vagabundeo mental actúa como una suerte de marcador de nuestras más profundas laceraciones, nuestro interior más íntimo, el patrón repetitivo, los actos inconscientes sin un aparente sentido, nos dicen algo. Podría ser el sustrato del psicoanálisis la regulación de los tractos límbicos, y nuestro comportamiento conductual cuando estamos dispersos. Es una forma de auto terapia, tal cual como la escritura, para seguir relamiéndonos las heridas, para bordear tangencialmente la angostura en el placer de la idea de superar al tiempo perdiéndolo en divagaciones increíbles, como un refugio en donde al fin no somos formales en la forma, y el tiempo que pasa es el tiempo en donde realmente él nos vale nada, siendo Ícaro queriendo tocar el sol para sentir la vida sin la opresión de este, el tiempo. Tiempo que igual nos llevará a la muerte si la muerte no se adelanta al tiempo.

Tiempo que acecha desde el poema que abre este poemario, “A mi madre”, Cecilia, en el papel mismo. Papel que nos acerca al viaje a la inversa, de búsqueda interminable. Una derrota garantizada; o al menos, peleada. Estar despierto en el mundo significa comprender que en todos los viajes, en todos los caminos de nuestras metas, nuestra búsqueda aleja el objetivo a cada paso que vamos, como viajar hacia Ixtlan. El vagabundeo mental es el entretiempo en esos viajes interminables —como los intensos viajes de introspección filosófica gracias a uno de los principios activos del cornezuelo y la psilocibina— lo que nos permite impulsar el mecanismo que nos define en esencia, nuestras limitaciones y nuestros miedos, nuestros resabios, cuando los cerúleos adoquines aún persisten grises de lo nimio que es nuestro caminar por el mundo para el mundo mismo. Al mundo nuestra existencia le da lo mismo, y eso debe dejar de importarnos.

 La destilación de años de comprender el vil engaño de la publicidad y de los comerciales sobre cómo debía ser y estar en mi vida, el estereotipo de pareja, la idea de amor, la idea de posesión; o la indisposición a seguir compartiendo mis sabanas, calores y efluvios aún hoy por la mañana culpando a mi completa entrega y a la disposición que tuve la noche que nos antecede. En el libro no existe el bien ni el mal, sólo las consecuencias de nuestros actos, los límites y los excesos como paliativos de las rasgaduras erosivas del paso del tiempo mismo.

La locura y la vida en éxtasis, el coqueteo con los límites y los excesos como sedantes al paso del tiempo. En la locura, la muerte llega antes que la muerte. El rescate siempre sanador, regenerador. Incluso el rescate es la demostración de que la idea de la muerte es una idea que aunque aceptamos, siempre postergamos. Y está en todos lados, todos los días la vemos, aunque sea en los restos de un guarén o en las cifras del Covid. Existe en el miedo de mis pacientes y existe en este momento, cuando en la Franja de Gaza vuelan las extremidades de un niño palestino. La muerte siempre fue el espectáculo de ver morir a los otros.

La volatilidad de los encuentros amatorios, la futilidad de lo que logra, por momentos, ser imperecedero. El breve momento de regocijo al llegar a la cima de lo que he construido para ver todo hecho escombros alrededor. La ironía de Sísifo.

Al coqueteo prohibido, a las decisiones correctas o incorrectas, a la experiencia máxima y el resabio que dejan los excesos que noqueo a las 5 de la mañana fumando mota en la ventana de algún hostel de la calle Urriola, pensando que es demasiado temprano para terminar la media botella de vino que se jacta de su supervivencia, y en su trasluz yace el contenido sereno que a la luz del claro de luna, refleja la misma luna que ilumina su camino ondulante por el mar, junto con el reflejo de las estrellas, de los barcos y de la ciudad. Valparaíso fue la cuna de la mayoría de estos poemas sueltos, en un principio, como seres subnormales que han estado en cautiverio por muchos años y que libero en un campo abierto de páginas en blanco, y les diera el libre albedrío de hacer lo que les plazca. Pero que a pesar de las adversidades del destino, del nimbo sordo que enceguece y en donde tienen que caminar a tientas, con el peligro de caer en el Cinzano, en el Bar del Tío, o en un mar de flores que perfuman mi destino, sigo despertándome a las 05:30 am con el graznar de las gaviotas y con varios huesos rotos recordándome otro día más para producir, para vivir o sufrir, y como todos los días que han pasado y que vienen en nuestro porvenir, volver a subir el barranco por el que rodé momentos después de llegar a la cima, para comenzar a sobrevivir subiendo para caer todo el día, todos los años, toda la vida, de nuevo.

Diego Olmedo Gallo

Revista Clóset

Entrevistas, actualidad, cultura, farándula, tendencias. El objetivo de revista Clóset es generar opiniones y discusiones constructivas en torno a temas LGBTI.
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