La Dicotomía No Binaria

La Dicotomía No Binaria

¡Hola! comunidad de Revista Clóset. Como revista queremos desarrollar un área sociocultural que destaque y enfatice la literatura y el arte, y que particularmente nace, se expresa, tenga que ver o se desarrolle en la comunidad LGBTIQ+. Esperamos que nos encontremos entre las hojas manchadas de tinta y maquillaje, dolor y pasión, reminiscencia y plenitud. ¡Buena lectura!

Ya en esta segunda entrega, queremos dar a conocer un par de poemas de Salomón Borrasca, una persona o personaje de nacionalidad dudosa, probablemente colombiana, quien a los 15 años adoptó este seudónimo masculino. Es muy censurade por su estilo particular del mundo marginal donde el amor no es romántico como en las producciones de Disney, ni tampoco como el yugo de la iglesia que lo enmascara con caridad y las inexistentes “buenas costumbres”. Sus versos no solo bordean tangencialmente el claro deseo de la pudendum femininum, lo que despierta y evoluciona primigeniamente el olfato y nuestras conductas, hablo de la puerta de entrada a todas nuestras performance sexuales, el olfateo de la flor, mediando nuestro pulso a veces insaciable; otras veces un poco deplorable en la carencia de la necesidad misma, y también de la performance sexual como el lugar ameno, el oasis de este desierto que llamamos vivir, y donde Salomón no deja indiferente tanto en la crudeza de su poesía como a la vez rompiendo con todos los establishments en los tópicos más conservadores, incluso como algo potente, disidente, sin asco y sin necesidad de que sea algo prudente. Y es que la verdad, es poco creíble que a estas alturas y sobre todo en países demasiado vigilados y de alguna manera adiestrados por medio de los medios masivos de comunicación habituales, como en Colombia o en México, se tengan tan pocos datos biográficos de alguien —que al menos, y que al parecer— no es un patrón de las drogas.

¿Cuál sería el potencial o eventual peligro que representa un poete que no tiene una identificación o del que se desconoce su paradero o su existencia real?

Esto me recuerda un poco la posibilidad de ser un heterónimo, como lo hacía Fernando Pessoa, con una de sus frases: “si el corazón pensara, dejaría de latir” siempre me ha dado vueltas en cualquiera de las situaciones amorosas en las que me he encontrado, a ambas orillas del río, aunque muchas más veces al fondo de su lecho, sumergido en la abulia amorosa de la anónima incertidumbre.

Hace poco, una conocida en Instagram hacía alusión, en una de sus historias, a Spinetta, con su pescado rabioso, a la única forma comprobada de superar el spleen del complejo de la edad de oro, específicamente con su “ya no poses nena, todo es en vano, como no dormir… aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo el tiempo por pasado fue mejor… mañana es mejor”.

Pienso que nadie tiene ni la más mínima idea sobre el mañana. Pienso que perdemos más que ganamos cuando nos aventuramos a adelantarnos a lo inevitable si casi siempre prevalece lo impredecible. Y quizás la mejor forma de analizarlo es observando nuestras vivencias, entrando en la fase analítica del racconto, entendiendo la transición desde el pasado hacia un probable futuro, analizando el comportamiento con las respectivas consecuencias de nuestras, impulsivas o no, decisiones. Decir que “mañana es mejor” es igual de arriesgado, como esos optimistas cegados por un futuro esperanzador, construido sobre el humo que emana, oculta y consume la quema de nuestro presente —así también se puede relacionar con el Uno Primordial nietzscheano, además de la constante búsqueda de la redención mediante las apariencias— sin tener ninguna forma de comprobar si ese mañana que será sea mejor que lo vivido hasta el momento, con una certeza absoluta e incuestionable. Es similar a lo esperanza irresoluta de los religiosos en la vida después de la muerte, en esa creencia de que después de esta vida terrenal nos espera una vida celestial, donde al fin encontraríamos aquella redención de nuestra vida de mierda, si seguimos sus reglas de dominación prohibitiva disfrazadas como divinas providencias. Un cielo y un infierno que premiará o castigará nuestras conductas en el plano terrenal, como los mortales que siempre hemos sido, no tiene ni tendencia a tener sentido, y en donde la única forma que puedo verlo como ateo, es que el cielo y el infierno no son más que una burda coerción de la que ninguno de nuestros actos merece cabida. Digo, a fin de cuentas, si no existe el infierno, quien vive de la algarabía del éxtasis, de los estados catatónicos después de haberlo consumido, chupado y esnifado todo, finalmente sólo recibe a cambio el goce de las delicias vividas, una visión de la esencia de lo dionisíaco, junto con el castigo moral-social — perdiendo familia y trabajo, eso si menos a uno— mientras se desangra con placer, coqueteando con los límites para terminar fertilizando, al ritmo del ditirambo, una pequeña porción de tierra a cambio de una absurda cantidad de dinero, para que seas olvidado en cuatro generaciones familiares más, y que además sobre el lugar donde estaba tu lápida, en ese futuro, se construya el mall innecesario en alguna de las periferias olvidadas de esta ciudad.

¿Cuál es la diferencia? Que se olvidan de uno después y no antes, aunque nunca nadie olvida a alguien de quien no sabe casi nada antes, sino sólo después.

Si no, miren a Van Gogh.

“Todo el mundo quiere subirse al carro de Van Gogh (…) Nos avergüenza tanto su vida que el resto de la historia del arte es una compensación por el abandono a Van Gogh. Nadie quiere formar parte de una generación que ignore a otro Van Gogh”.

Con esta frase comienza la película lanzada en el año 1996 sobre Jean-Michel Basquiat.

Toda una vida dentro de una pizca de tiempo — insignificante para el tiempo mismo— en el cual la desmesura se desveló como verdad, o incluso como camino. Algo un poco más cercano al éxtasis, eso de pensar ciegamente en un mañana mejor, incluso con la brutal certeza de ello, aunque en todo tu horizonte no se vislumbre ni un indicio de cambios, ni las fotos en las redes sociales que quieren generar esperanza y sosiego, como la de plantas que crecen entre las grietas y suciedad del asfalto. Ya no conmueve la resistencia forzada o la resiliencia simbólica, ni la esperanza en que le devuelvan la amígdala y la corteza prefrontal a los pacos, y por sobre todo que no desaparezca esa sensación de mierda que es eso de ser chileno y no saber qué significa, qué simboliza, una sociedad diametralmente distinta, que sepas que casi no tienes pares dentro de los límites que llamamos fronteras, y que esta división sea, lamentablemente, por principios valóricos.

Creo que Salomón Borrasca siente sensaciones similares en donde sea que se encuentre, y al igual que Salomón, aún ni yo me encuentro. Les dejo dos poemas adjudicados a su persona.

LA NOCHE DE LOS DESEOS

Esta noche será larga,
el olor de la calle me seduce,
saco las manos por la ventana
y la lluvia las moja.
Hay noches que miro la avenida
y siento que mis carnes vibran
al ritmo de las luces,
tengo tentaciones, deseos indescifrables,
ganas de fumarme un cigarrillo,
ansias de amanecerme en la calle,
ganas de bañar mi cuerpo en vaselina
para hacer muchas cosas prohibidas
entre las sombras de la madrugada,
tengo ganas de desbordarme.

CUANDO TE PONGO EN LA BOCA UN SENO

Cuando le haces poses al espejo
con tu pequeña minifalda roja
me acerco y tú te sonrojas
porque te pongo en la boca un seno.

No te asustes es tan solo un juego
me unté en los labios brillo escarlata.
Deja que caiga tu hermoso pelo
sobre la parte que suplica tu agua.

Quita mis pantis porque ya me mojo
este es el néctar que botó la rosa
y en este juego de las mariposas
yo hago las veces de esposo y esposa.


Quizás la lectura de las pasiones sea el motivo de resistencia en esta pandemia tan limitante. De igual forma, la gente se la ingenia como fuere, con o sin medidas, para inmiscuir sus cuerpos con el desesperado deseo de lamer todo lo que no han lamido en todo este tiempo.

Pequeños vacíos, lugares, momentos breves, intensos, de entregarse, de sentir nuestros cuerpos suspendidos en el aire y saber leerse, saber ser el une para el otre. Otras veces eran promesas sobre el sofá, felaciones sobreactuadas pero efectivas, de algunas mañanas frías y distantes, recuerdos vagos y que de alguna manera se acompañan de reacciones vagales, de las noches en que compartimos el amor en los acotados espacios que nos deja la vorágine del subsistir, o por el derecho de recibir sobre nuestros embadurnados y empapados cueros este aire turbio que se pega en los muebles, hipotecando toda la existencia, como dejar de disfrutar la vida por creer que la estamos pagando, como créditos a largo plazo.

Y esa es la piedra que cargamos a medias y a cuestas por las cumbres borrascosas, donde se sigue desafiando al azar. Esa es la lección que nunca entenderemos ni a medias.

Al menos queda la añoranza de las noches frugales, donde el objetivo a seguir era nada más que testear, tan básico como eso y tan fácil de hacer porque, simplemente, se puede hacer, porque la gente a estas alturas ya está desesperada, ansiosa, y cualquier casualidad que responda a nuestras carencias la podríamos obtener con tan solo un me gusta.

Les dejo un poema escrito en honor a las épocas en que creíamos fervientemente que este era el único método para ostentar el haber encontrado la felicidad. Este poema habita las hojas de mi primer libro recientemente publicado por Editorial J. Bernavil, “Vagabundeo Mental”.

Era en las noches furtivas, era en las noches frugales, en las que me acompañaron y nos dedicamos a usarnos como dos pañuelos desechables que fueron recogidos del suelo para ser reutilizados, nuevamente y muchas veces. Y todas esas veces también ellas se estaban despidiendo de mí, de la forma más íntimamente posible. Y yo, de la forma más íntimamente posible también, nunca les dije adiós.


En la pared

Ya no recuerdo de quién
es el calzón
que pegué en la
pared

–con qué fin-

de seguro para
continuar recordándote
a mi manera amándote
que es justamente

olvidándote,

o solo,

dándote
4 orgasmos 3 suspiros
2 lamentos 1 olvido.

Me cae bien el calzón
cada día me parezco más a el

―o él a mí―

siempre pegado en algo

no extrañando
tu ausencia

tan solo decorando
una pieza

para recordarla
amarla
olvidarla

a mi manera

pegado en la pared
ya no extrañando tu ausencia
tan solo
decorando
estando
olvidando
lamentando
suspirando

y no hay más

A seguir entonces
juntando moho en el
sector de la entrepierna

y ya no recuerdo cuál fue la
mujer
que me pegó
en la
pared.


El encuentro de dos Diegos, de dos géminis y de dos bipolares

Comenzó con un mensaje, que interrumpía el silencio esparcido entre la niebla y mis preocupaciones. Era una de esas noches espesas, pero con cierta electricidad en el aire, como en los silentes momentos que anteceden a la lluvia, la lluvia que nos lleva al pasado. Conozco a Eliot por medio de un estudiante efebo y aplicado. Me escribe por Instagram, a sabiendas de mi labor como el escritor menos prolífico de la Revista Clóset, comentándome sobre su primo, asegurándome que es un escritor entretenido y sensible. Veo su perfil, leo sus primeros capítulos y me atrapa. Más que nada por su escritura fluida, sin abusar de las florituras. Como buen poeta, pues está impregnado en su estilo narrativo, sabe que sólo es la emoción lo que perdura.

Quedamos de encontrarnos en algún bar. Me hubiese gustado ir al bar 105, pero no podríamos escucharnos mucho. Le digo que nos encontremos en la barra del primer piso, en el Liguria de Lastarria.

Mientras espero su arribo a la barra, bebo mi fernet con coca. Me quedo mirando absorto el descenso de la condensación del aire por la superficie del vaso, en forma de gota y estela, antes de darme cuenta de mi nivel de devoción y entrega a este incomprendido licor. Pienso que todos tenemos algo que nos repara. O bien como un acto de fe, le otorgamos ese poder a determinada sustancia, sobre nosotros. Intento concentrarme en hacer un buen artículo para él y eventualmente, para la revista y su comunidad.

Repaso su primer capítulo. Me atrapó de entrada, con esa idea vagamente infundada de ser un recconto, o un recuerdo, como si el libro comenzara como el final de este, y la estructura fuese una concatenación de sucesos ordenados de forma cronológicamente regresiva. Me gustó la idea del “limbo”, la asociación con el suicidio, un tema tabú aún en nuestra sociedad, sociedad que pulula en uno de los países con mayor prevalencia de enfermedades psiquiátricas en el mundo.

Una sombra interrumpe impertérrita mi lectura, desde mi visión periférica, para sentarse a mi lado, pedir un whisky en las rocas y encandilarme con el reflejo de las luces de neón en su sonrisa de dientes, que insisto, son incandescentemente blancos. Existe por un momento de 2 segundos, una pausa en donde cada uno, en miradas métricas, se lee mutuamente, reconociendo el fuego interno del otro. De una u otra forma, ambos han conocido el éxtasis, y no me refiero a las anfetas, aunque tampoco lo descarto.

  • ¿Qué te pareció mi escritura, querido Hank?
  • ¡Eliot! Debo confesarte que no me he leído todos tus capítulos, pero sí, me han atrapado los tres primeros. Estoy embelesado de tu estilo, tu fluir, y tu llegada. Haces de la literatura un lugar de encuentro, un vehículo de resistencia para pilotear la vida de forma menos decepcionante, y por ende, menos sufrida, aunque no sea posible evitar que seamos adictos a lo que nos destruye. Me intriga tu capacidad, de que sea una novela multitemática, por ejemplo, donde se aborda y se construye desde la coyuntura. Además, generas juicios de opinión en el lector, sobre lo útil para nuestra ya conocida susceptibilidad patológica, que nos abocáramos a exigir mejores servicios y derechos en salud mental. Se pone en evidencia también que, lamentablemente, al inferir las realidades sobre las relaciones socioeconómicas de los personajes, y extrapolar el nivel de desigualdad con la posibilidad de acceso a la garantía de una atención de calidad en salud mental, hace que el hecho mismo ya descrito sea tan tajante que no se sustentaría sobre ningún otro argumento más que el del hecho mismo.
  • Woooow, que intensidad Hank. Pero espero que no me catalogues completamente como un petit bourgeois, y si más como un enfant terrible.
  • Por supuesto, no soy prejuicioso, pero sí observador incorregible. En el fondo, digo que hace falta un poco de educación, y tú, a través de la ficción de tu novela con una estructura muy ramificada, logras que el lector cuestione y reconstruya o deconstruya sus conceptos sobre sexualidad, género, éxtasis y excesos. Amores en donde el trecho de tiempo en el cual se desenvuelven es inefablemente infinito. Además, eres muy joven y escribes muy bien. La idea de memoria es excelente, la idea de demencia es pulcra y cruda —como tiene que ser nomás—, fría como el momento en el que observas lo que tienes en la punta del tenedor, sin hacer nada, como le dijo Kerouac a Burroughs. Y mira, tienes una frase muy de ateo. Yo soy ateo. A pesar de ello, siento un gran apego a los escritores que escriben sobre dios y sus derivados, como Bolaño, por ejemplo. Incluso de escritores ateos. Tú dices una frase en el primer capítulo, “dios no juega a los dados, los humanos sí”. Es como una concepción que nace como si fuese de la misma forma que piensan los ateos, es decir, “dios no nos creó a nosotros, nosotros creamos a dios”. Nosotros somos nuestros propios dioses, nosotros jugamos contra nosotros mismos. El ser humano es el lobo del ser humano.

    Voy a escribir “dios” con minúscula en honor al poema de Claudio Bertoni: «Cada vez que escribo/ dios con d minúscula/ el Dios con D mayúscula/ me da un coscacho»—

    Además, tu lectura es rápida de leer, fluida, para sufrir; o bien, en otras oportunidades, reírte de la desgracia, junto al protagonista, porque ya qué más se puede hacer, o si no volverte un orate iracundo en la urgencia del Horwitz a las 3:00 am.

    Me gusta esa redacción que haces, desmenuzando audazmente la trama desde la psicología de los personajes, que es suave al principio, y después colocas dos o tres frases precisas u oraciones que son cruciales como: “ya coincidir es un milagro”.

    En mi mente, yo terminé la frase: “… en este mundo de mierda”, pero suena como tautológico en la esencia que genera la frase misma.
  • Mira Hank, que bueno que comprendes como me gustaría que se comprenda mi obra. En momentos en donde la ficción también permite filosofar, dimensionar la gran cantidad de personas, lugares, que existen o han existido alguna vez, instancias y las posibilidades de interacción de todos los elementos mencionados. Hace que el coincidir sea un evento más que fortuito, desde ese cruce de miradas que se involucra en tu vida, eso para mí, es la definición de milagro. O sea, el amor es un milagro, también desde la atracción hasta su punto cúlmine, como una oda al amor… El libro es muy romántico, muy erótico, donde el amor es el motor que mantiene esta estructura dinámica que comprende libro.
  • Lo que también me llamó la atención, es el concepto de “la muerte” más allá de la muerte. Para la gente común, la muerte es todo. Para Aristóteles, la muerte es el fin. Para los existencialistas la muerte le da sentido a la vida. Decir “no le temo a la muerte, pero si al tiempo”, nos lleva a la película de Nolan (Interestellar), pero precisamente por los motivos contrarios a los que señala. En esta realidad y con mis nulos conocimientos en física y metafísica, el tiempo no es relativo, por lo tanto, no es manipulable. No puedo ir al espacio a un hoyo negro solo para decirle a mi yo del pasado que terminarás destruido y probablemente en algún sanatorio mental si no deja de ser tan confiado. La N.A.S.A no costeará mis gastos, solo comprar la idea de redención nitzscheana para satisfacerme a través del autoengaño. El engaño sigue siendo, paradójicamente, nuestra mejor herramienta de supervivencia y evolución en términos tanto históricos como neurocientíficos.

    En fin, ya es un concepto que es difícil de superar.
  • El libro es una mímesis in extrema res, es decir, parte por el final. Quiero entrelazar el concepto de muerte con el del elemento sorpresivo, inesperado, que trae consigo el libro. Trae una paradoja, que el lector descubrirá cuando termine el libro. El protagonista trasciende a la muerte, y a la vez, es un texto que juega con conceptos del inconsciente, o con los distintos estadios del yo. Es decir, esto puede ser un suicidio, el limbo, o un síndrome neuroléptico maligno.
  • Wooow, ¿eres del área de la salud? ¿Cuál es ese síndrome?
  • Estudiante de medicina y quiero ser psiquiatra. Ese síndrome consta de una sobredosis de quetiapina, ácido valproico y litio.
  • Ahhh… bueno, pensé que era con algo más divertido esa sobredosis.
  • Esto lo llevo a un estado de inconciencia, en la cual afloró su subconsciente, donde se encontraban sus traumas, que son en gran parte paradojas.
  • Mira también me llama la atención el tema de las paradojas. Como buen bipolar, en mi primera manía, me obsesioné con las contradicciones y las paradojas, y las veía en todos lados. Cuéntame, ¿qué es para ti el concepto de paradoja?
  • Para mí tiene que ver un poco con el proverbio “efecto mariposa”, el aleteo de una mariposa y el efecto dominó. En cada segundo elegimos sobre una infinidad de posibilidades, y sobre ellas existe una dicotomía, o es si o es no. Aquí también se apela a la sensación del lector, que todo hemos tenido, sobre qué hubiese pasado si hubiésemos tomado la otra opción. Cualquier desenlace pudo haber sido evitado de haber tomado una buena elección… piénsalo dos veces antes de decir sí.
  • Me dio la impresión de que el protagonista sufría un estado maníaco, por los delirios de grandeza, un autoestima y seguridad elevado, extasiado y atormentado.
  • La gracia es que, a pesar de juzgar las decisiones de una manera reticente por parte de la racionalidad, es lo que se vive desde la emocionalidad y visceralidad lo que impulsa la decisión.
  • Bueno Eliot, me gustó mucho el libro. Está bien escrito, es de temáticas dinámicas, atrapa al lector y logra poner en discusión, al menos en la mente del lector, la propuesta de una mejor salud mental dentro de nuestras políticas públicas o hasta plantear una deconstrucción al concepto peyorativo asociado a las enfermedades psiquiátricas que posee gran parte de nuestra población. Después noté que se habla de muchas patologías y condiciones psiquiátricas, inmersas en la trama de la vorágine vida del protagonista. Lo interesante es que no está escrito con un lenguaje catedrático y lejano a la sociedad. Cada personaje presenta un trastorno psiquiátrico específico, por lo que el lector va conociendo la enfermedad no por una lista de síntomas y signos, sino de acuerdo con las conductas, estereotipos contemporáneos, la psicología y de alguna forma la clínica integral de los personajes, desenmarañadas de la bien tejida trama que forma una suerte de hilo conductor en donde de alguna forma también se juega con el concepto del tiempo como el cuestionamiento de la progresión de manera lineal.


Escritos de Diego
Extracto de la novela aún no publicada del escritor Diego Riquelme

Trastorno Bipolar Tipo 1.
El trastorno afectivo bipolar tipo 1, es una enfermedad mental severa, perteneciente a los trastornos del ánimo. Caracterizada por una clase de episodios depresivos, como otros antagónicos de Euforia o Disforia, llamados episodios maniacos.

Manía

  •  Apariencia: Arreglo personal estrafalario.
  •  Ánimo Elevado: Sensación de Euforia, optimismo y bienestar. Emociones intensas, necesidad de verbalizar las emociones.
  • Irritabilidad
  • Verborrea: Discurso rápido.
  • Taquipsiquia: Pensamiento acelerado, fuga de ideas. Puede haber presencia de Psicosis.
  • Contenido del pensamiento: Ideas Psicóticas deliroides megalomaniacas (pensamiento grandioso, ruptura abrupta de la realidad objetiva) o paranoides.
  • Actividad mental y física más enérgica.
  • Alteraciones sensoriales: Sealtera el umbral del dolor. No sienten frio.
  • Ausencia del miedo.
  • Nula necesidad de dormir: No hay cansancio físico, ni mental. Alteración neurobiológica, diferente al insomnio.
  • Hiperactividad: Presencia de muchas actividades a la vez sin necesidad de dormir previamente, o a posteriori.
  • Agudeza perceptual: Olores y colores de forma más intensa, alteraciones en el apetito.
  • Paranoia.
  • Hipersexualidad: Aumento considerable de la libido.
  • Impulsividad.

Cuadro Mixto

  • Presencia de síntomas depresivos y maniacos.



Manía
50


“El que cabalga en un tigre, no puede desmontarlo cuando quiera”

Había recién acabado una intensa y larga ducha de más de una hora, con tal de que mi cuerpo estuviera completamente depilado, pulcro y aromático. Luego de setenta y dos horas de estricto ayuno, y de un profundo y extenso lavado, estaba completamente seguro de que había evacuado todo mi intestino. De pie y desnudo frente al gran espejo que cubría toda la pared del baño, me deleitaba detenidamente en la figura de mi cuerpo. Por una extraña razón, había comenzado por primera vez a idolatrarme en una intensidad que sería considerada fácilmente por cualquier persona cuerda, como burda y grotesca. Me idolatraba perdidamente como si mi cuerpo fuera una obra de arte tallada por cientos de ángeles, más perfecta que la propia estatua de David. Como si pudiese ser verdad, que yo, Eliot Malcolm, me había convertido en la creación más divina y perfecta que Dios había creado. Me resultó sumamente fácil y sencillo, aceptar mi impresionante belleza, como si aquello fuera una verdad axiomática, algo evidente para mis ojos. Al mirar los detalles de mi cuerpo, lograba elevar considerablemente la libido y comencé a desearme sexualmente, de una manera en la cual hace un poco más de una hora atrás, hubiera considerado enfermiza y completamente patológica. Verbalizaba en ese momento, tener un físico que consideraba sacado de revista.

Deslizaba mis dedos lentamente por el largo de mi cuello, bajaba por mi abdomen plano y húmedo, continuaba bajando y aumentando cada vez más la intensidad de mi roce corroborando una suavidad e hidratación sin precedentes, recorría mis glúteos presionando mis uñas en la piel, sin percatarme que mientras lo hacía me hacía daño y que mis uñas y dedos habían quedado parcialmente ensangrentados. De frente, luego de perfil, contaba mis costillas cada vez más sobresalientes. Me subí sobre la pesa digital. El número que arrojaría mi masa comenzaba a subir rápidamente hasta que finalmente se detuvo en 61 kilos, “20 kilos menos que hace dos semanas”, pensé. Volví a mirarme en el espejo y a observar detenidamente como mi cara estaba más delgada, mis clavículas prominentes, mis brazos sin músculos, mis costillas salientes, una cintura de mujer, mi abdomen plano y delgado, como si un parásito dentro de mí consumiera la superficie de mi cuerpo. “Gordo”, “qué gordo estás Eliot”, “estás rellenito Eliot, ¿qué te pasó?”, “la última vez que te vi, eras la mitad de lo que eres ahora”, “pobrecito, es tan inteligente pero se descuidó demasiado”, se escuchaban rápida e internamente las voces en mi cabeza, de las personas que habían lastimado mi autoestima un tiempo atrás, como si hablaran todos al mismo tiempo, repitiendo sus insultos cada vez más rápido y más alto, mientras me regocijaba con el reflejo de mi cuerpo en el espejo y me reconfortaba en el hambre, y saber que era capaz de resistirme y no comer ni una sola puta miga de pan.

El reflejo de mi cuerpo me excitaba por primera vez en mi vida, “Mírate, mira esos glúteos grandes y blancos, ¿te gustan?, yo sé que te gustan, mira estos oblicuos, este abdomen plano y dorado, ¿te gusta mi cintura?, yo sé que te mueres por tocar, podrías estar horas viendo mi cuerpo, mi cuerpo es una droga para ti, una droga que en su consumo te consumiría para siempre”, pensé.

Me acerqué al gran espejo y corroboré por quinta vez que mis cejas estuvieran perfectas, también eché un vistazo a las irregularidades de la piel del rostro, “te echarás base y listo”, pensé.

Al salir del baño, el parlante comenzó a reproducir a todo volumen la fabulosa canción de Rihanna “S&M”, en aquel momento me imaginé en una pasarela con miles de personas y fotógrafos alrededor, comencé a modelar desnudo y atrevidamente hacia el cuarto de Olimpia, como una fiera empoderada. Me sentía una Beyoncé o Rihanna cualquiera, un paso a la vez, entrecruzaba las piernas al caminar, sabía que era sexy, divino, alto, frágil y que tenía el cuerpo de una modelo de Victoria’s Secret, “incluso mejor”, pensé. Luego de cubrir todo mi cuerpo con cremas hidratantes con olor a frutilla, emparejar la tez del rostro con base y peinar mi cabello con un caro aceite de coco que dejaba mi pelo brillante y sedoso, y terminar de lavarme los dientes y la lengua por cuarta vez, abandoné el baño de Olimpia para ir a mi cuarto y comenzar a escoger la ropa que usaría para la fiesta de la noche. Tenía completamente decidido que prendas usaría, llevaba tiempo esperando la ocasión para ocupar aquellas zapatillas y polera blanca, junto con el pantalón de tela negro ajustado, acompañado de un hermoso polerón con cierre, largo y con diseños indios, “me veré espectacular, fabuloso”, pensé.

Me puse en mi muñeca el reloj que había robado a Vernet y la cadena de oro de mamá alrededor de mi cuello, cogí el perfume y me bañé en él. Saqué $50.000 de mis ahorros para el verano y los guardé en mi billetera, cogí el celular y abandoné el departamento decidido a vivir la mejor noche de mi vida.

Mientras bajaba por el ascensor del edificio y escuchaba con mis audífonos la canción “I Wanna Go” de Britney Spears, me miraba en el reflejo de los vidrios del ascensor y no podía creer en la obra de arte en la cual me había convertido, había sido parte de una completa metamorfosis. El conserje advirtió mi salida y se adelantó a empujar la puerta de vidrio que daba ingreso al edificio para que pudiera salir.

– ¡Uy que amable, gracias guapo!

Le respondí coqueto y seguro de mí mismo, sin importar cuál fuese su orientación sexual. Él me sonrió y sus ojos recorrieron mi cuerpo. Su rostro dejaba un gesto de impresión, él me conocía y estaba al tanto de mi timidez, “seguramente le gusté y ahora habrá corroborado su atracción hacia los hombres”, pensé.

Medité unos segundos el momento inédito que estaba a punto de vivir. Nunca en mi vida había ido completamente solo a una disco, “ni siquiera estará alguien esperándome adentro”, reflexioné, aquello me emocionaba cada vez más y me incentivaba a caminar con paso firme hacia Bellavista, dispuesto a vivir y entregarme a cualquier aventura.

– Tengo todo lo que necesito, dinero, seguridad y ganas. Mamá no sabe de esto porque está lejos y Olimpia está en un cumpleaños y volverá tarde, de todas formas, a Olimpia no le molesta que salga a divertirme.

Reflexionaba o hablaba solo, da igual.

– Además, luzco espectacular, ¡o sea basta!, definitivamente esta es tu noche… ¡sí que lo es!

Dije en voz alta mientras doblaba hacia Pionono y veía frente a mí, la impresionante y atractiva bohemia de Bellavista. En aquel momento, un auto negro con las ventanas abajo, doblaba en la esquina de Pionono con Santa Filomena, y en su interior, seis hombres guapos y masculinos escuchaban un Reggaeton a todo volumen.

– ¡Ey! mi rey…

Me silbó el conductor mientras detenía el auto a dos metros de mí. Dejé de caminar y lo miré fijamente, encontrándome con sus ojos azules, mirándome de pie a cabeza mientras mordía levemente su labio inferior, su mandíbula era cuadrada y tenía el pelo rubio.

– Tan guapo y tan solo ché… tenemos unas birras por si querés… hay espacio para ti en el coche.

Me ofreció el piloto con acento argentino y una mirada sexy. Eché un vistazo a la corrida de asientos de atrás estaban cuatro argentinos más de tez blanca, aparte del copiloto, quien disimuladamente se masturbaba, como un espectador anónimo. El resto de los comensales miraban ebrios y depravados como si fuera una presa a la cual estaban a gusto de compartir.

– Yo no veo espacio machote.

Le respondí apoyando mis manos en el auto, entristeciendo falsamente mi cara a propósito, aquello lo excitó.

– Te nos subes encima guapo, cualquiera de los chicos querrá cargarte… vamos boludo, vení, ¡vení!

Me respondió el conductor, a quien consideraba cada vez más atractivo e irresistible, entonces entré mi cabeza por la ventana y agarré su camisa con mi mano izquierda y lo tiré hacia mí, él me sonrió y comprendió. Luego de besarlo unos segundos, lo alejé con mi mano y le respondí.

– Besas bien, y siempre he querido follarme un argentino, pero ustedes son seis y se van yendo, y yo vengo recién llegando. Te dejo mi número. Llámame a las 5 de la madrugada y terminamos lo que empezamos. Espero tu mensaje, adiós lindo.

Abandoné el auto a paso firme y decidido, la invitación era tentativa, pero rompía un poco el esquema que tenía planeado para la noche, primero deseaba tomar, bailar y después follar. Aun así, el beso del argentino fue uno de los mejores que me habían dado en mi vida, automáticamente me imaginé haciendo algo más con él. El corazón latía con fuerzas y se dejaba ruborizar sin escrúpulos, como yo.

Había incontables bares y discotecas a mí alrededor, cientos de personas transitaban en grupos por la calle de Pio Nono, riendo y disfrutando. Todo lo que escuchaba era placentero para mis oídos, no solo las canciones de los bares y discos, sino también los motores de los vehículos, las risas y las conversaciones de las personas, era como si todo fuera agradable, maravilloso y perfecto.

Todo lo que entraba por mi vista me convencía de que este era mi lugar, este era mi ambiente y de que aquí deseaba estar. Cada vez que pasaba por fuera de un bar o disco, inconscientemente comenzaba a bailar al ritmo de la música de aquel lugar. Bailaba libre y sin vergüenza, articulando pasos aleatorios y sensuales. Me sentía con humor, con gracia, me sentía yo, y eso era jodidamente perfecto. No sentía miedo por la intolerancia de los homofóbicos, no me sentía incomodo por no calzar en la sociedad, no me sentía falso y cínico conmigo mismo, sino al contrario, me sentía absoluta y completamente yo.

A unos 20 metros, seis colas caminaban hacía mí, yo no lo dude ningún momento y caminé a paso firme y decidido hacia ellos, con una sonrisa de oreja a oreja, como si fueran amigos de toda la vida.

– Amiga, pero que regía te ves, mira tú pelo como brilla y esos zapatos… ¡me muero!

Dijo con voz y gestos sumamente delicados, una cola de un metro ochenta, rubio, blanco de ojos azules, similar al argentino, sin embargo, este era una versión más diva.

– Aceite de coco querida, y tú, ¡mírate galla!, cuerazo que te gastas.

Le dije imitando la afeminada forma de hablar del tipo.

– ¡Digo lo mismo amiga!

Me dijo mientras me daba, con clase, un beso en ambas mejillas.

– Me llamo Valentino, pero dime Vale, la Vale.

Añadió al mismo tiempo que hacía ademanes femeninos con su mano y miraba hacia el cielo.

Te presento a mis amigas: Facundo, ingeniero civil; luego tenemos a Julián, pero mejor le dices Yuli, próximamente medico; y a su lado está Erik, pero nadie le dice Erik, le decimos Keka, diseñador y estilista. Luego tenemos a nuestra amada y tierna Eli, futura odontóloga, regía estupenda, te amo… y como siempre lo mejor para el final, tenemos a Daniel, pero le decimos Dani, la Dani, futura geóloga, y juntas las seis, somos “Las Schlampen”.

Presentó Valentino a sus amigos, todos igual de divas y sonrientes, me miraban fascinados como si estuvieran encantados por conocerme.

– Mira qué suerte la mía lograr conocer a las Schlampen… así que son unas perras, ¿no?

Les dije levantando una ceja al recordar que schlampen significaba “perras” en alemán.

– Encantado chicos, un placer conocerlos.

Dije fascinado.

– Yo soy Eliot, pero podéis llamarme como vosotras queráis.

Me presenté con humor y acento español, con tal de lucir autentico, mientras tanto, besaba en ambas mejillas a cada una de las integrantes de las Schlampen.

– También hablas alemán, ¡me muero!, recién nos conocemos y ya quiero que seas parte del grupo.

Dijo Daniel encantado, las demás también afirmaron sus palabras.

– Somos todas unas Schlampen, ni te imaginas. La peor es la Eli, tiene pura cara de santa y tierna, pero es una diabla en la cama.

Dijo Facundo terminando en una carcajada, el resto comenzó a reír.

– ¿Y a donde te diriges Eliot?

Preguntó Facundo masajeando suavemente mi hombro, con mirada coqueta.

– Sé de dónde vengo, pero no sé a dónde voy, tampoco vengo acompañado, ni he decidido a que disco iré.

Respondí con suma seguridad de que mi respuesta los había cautivado. 

– Vente con nosotras.

Dijo Julián pronunciando excesivamente la “S” y la “R”.

– Nosotras iremos a la casa de Pedro, el novio de la Keka vive a dos cuadras de aquí y luego nos iremos a Búnker, compramos Jack Daniel’s de miel, tenemos 6 botellas y cigarros, no es necesario que compres nada, ¿Te nos sumas querido?

Me ofreció Julián terminando en una sonrisa blanca y perfecta, con una mirada hipnotizante por aquel par de ojos grandes y penetrantes.

– Me encantaría chicas, pero no puedo.

Respondí fingiendo, mientras echaba un vistazo a la hora en el reloj.

– Pero amiga, ¿por qué?, vamos, vamos… di que sí.

Suplico Erik haciendo puchero como si se tratase de un niño fundido, el resto también comenzó a suplicar e insistir melodramáticamente.

– No puedo porque… aún no compro mi Jack Daniel’s Honey personal.

Grité con euforia y humor, las chicas se emocionaron y comenzaron a abrasarse entre sí y a celebrar como si un milagro hubiese ocurrido frente a sus ojos.

Luego de pasar a comprar en una botillería mi Jack Daniel’s Honey y mi cajetilla grande de Lucky Strike de naranja, nos fuimos a casa del novio de Erik, o mejor dicho “La Keka”. 

Las Schlampen hablaban todas a la vez y me hacían cientos de preguntas, pero al momento de responder, todas se callaban para prestar atención a mi respuesta. Fuese lo que fuese que dijese, para ellas era considerado algo increíble e impresionante, diciendo constantemente la expresión “me muero”, poniendo sus manos abiertas en el pecho, luciendo sus espectaculares uñas.

– ¿Eliot te han dicho alguna vez que hablas muy rápido?

Preguntó Daniel con un acento español.

– Eh, creo que sí, como que es parte de mí.

Respondí bajando la revolución de las palabras por minuto. Recordé que hace una semana había estado encerrado en mi pieza sin hablar con nadie y sin pronunciar una sola palabra durante 4 días.

– En verdad no, es raro, existen temporadas donde hablo mucho y muy rápido, pero otras en la cual no me gusta hablar con nadie, y si me hablan en esos momentos, prefiero contestar con gestos o ademanes, pero definitivamente hoy tengo muchas ganas de hablar, querida.

Añadí.

– Me gusta tu personalidad Eliot, jamás había conocido a alguien que riera tanto y por todo, eres como el eterno sonriente, ¿siempre eres así de alegre?

Preguntó Erik mientras fumaba con un estilo único.

– Sí, soy demasiado alegre, siempre rio por todo.

Mentí, no deseaba indagar en mis depresiones aquella noche.

– Pero hoy en particular me siento con mucha energía, pretendo bailar horas en la disco.

Agregué al mismo tiempo que comenzaba a bailar mientras caminaba.

– ¡Pero qué energía, chico!, ¿Cuánto duermes como para tener tanta energía?

Preguntó Daniel fascinado.

– La verdad llevo días sin dormir.

Respondí sin prestar importancia.

– A mí, me encantó tu seguridad, te vimos bailar en la calle y ahí supimos que debías ser parte de nuestro grupo, tú serás la encargada de ir a hablarles a los chicos en las discos, ¡rrrr!

Dijo Valentino, terminando con un sonido que interpreté como de deseo sexual.

– Imagino que tienes más experiencia que todas nosotras juntas. Añadió levantando una ceja.

– Tengo demasiada seguridad, ni te imaginas. Es proporcional a lo que valgo, ¿no crees?, mi habilidad es dar vuelta a los hombres héteros, en dos segundos ya los hago gays, y obvio, miles de pretendientes, galla.

Mentí, en realidad la próxima semana cumplía un año desde que Denny me había terminado y había caído en una horrible depresión que, al parecer, estos últimos dos días había acabado. No solía ser alguien seguro, ni con autoestima. Denny me había quitado toda la seguridad y la autoestima, y jamás había hecho realmente dudar a un hombre heterosexual, tampoco tenía pretendientes, sin embargo, en aquel momento era capaz de creerme toda la fantasía que comenzaba a crear sobre quién era.

– ¿Cuándo fue tú última vez?, la mía fue ayer por la noche, fue fenomenal.

Preguntó con curiosidad la Eli, era el más bajo de todos los hombres.

– Hoy por la mañana.

Respondí impulsivamente. Dentro de una semana se cumplía 1 año desde que no tenía sexo, sin embargo, en ese momento sentía la completa seguridad que hoy había sido mi última vez, más aún, que había sido con Denny. En aquel instante pude recrear cientos de detalles de la “última vez” ficticia que había vivido el día de hoy.

– ¿Y cuáles son tus objetivos para la noche?

Preguntó Erik, con ideas sucias que se traducían en su rostro.

– Voy a beber, fumar, drogarme, bailar horas, besar a los 7 mejores chicos de la disco, luego conseguiré un after lejos de aquí, enamoraré a un ricachón que me llevará a ver el amanecer en su auto a Reñaca, lo haremos en un mirador, luego me llevará a comer a un restaurante caro y lujoso, y mi vida será motivo de envidia para todas ustedes, perras tóxicas.

Le dije terminando en una fuerte carcajada.            

– Pensé que seríamos amigas.

Dijo Valentino.

– Yo no tengo amigas querida, yo soy la reina y ustedes la plebe, las peonas. Nos conocimos esta noche y no habrá otra, por esa misma razón debemos pasarlo fenomenal, que sea una noche inolvidable. No necesitamos ser amigos para compartir, y tampoco necesitamos fingir que lo somos.

Reí a carcajadas.

– ¿Quién cresta es amigo de alguien que acaba de conocer hace diez minutos?, nadie, no sean ridículas tropa de mocosas. Todo este tiempo me han estado manipulando, ¿me quieren en su grupo porque tengo habilidad con los chicos?, ¿o me quieren hacer creer que somos amigas para luego destruirme?, mientras ustedes van, yo vengo de vuelta queridas. A mí no me toman el pelo nunca, jamás, y tengo un ojo de águila para detectar a las maricas mentirosas.

Valentino, me encantan tus ojos y tu boca.

Me acerqué lentamente, puse mi mano en su cuello, y lo besé rápidamente.

– Pero besas asqueroso, lávate los dientes.

Añadí.

– Estás enfermo.

Dijo Julián el futuro médico.

– ¿A sí?, ¿y de qué sería?

Lo desafié.

– Maniaco, maniaco depresivo, eres un enfermo mental, tienes trastorno bipolar, estudias medicina en la Universidad de Valparaíso, oí de ti, yo también estudio medicina en la de Valpo, pero no me conoces porque estoy en séptimo año y ya no voy a la universidad, tengo los integrados sólo en los hospitales… pero sé quién eres.

Te vi por primera vez en la ceremonia para los de primer año. Luego supe que dejaste la universidad porque amenazabas constantemente de que te ibas a suicidar, tienes cortes en todos tus brazos, supe que llevabas casi un año tratando de salir de la depresión que te generó tu exnovio, ¿él te pateó, no es cierto?

Dijo Julián amenazante, acercándose lentamente cada vez más, al mismo tiempo que me despellejaba sacando verdades sobre mi vida.

– ¿Ese es tu ataque?

Reí a carcajadas.

– Me resbalan tus palabras Julián, ¿te crees Psiquiatra ahora que pasaste el integrado de psiquiatría en quinto?

Le respondí agresivo mientras prendía el primer cigarrillo.

– Conozco tu estado, he visto pacientes como tú, vete a casa, no seas estúpido, pendejo.

Agregó Julián, el resto del grupo las Schlampen estaban todas calladas sin entender mucho de lo que hablábamos Julián y yo. Di un paso hacia adelante, acercándome a la boca de Julián, luego lo miré con odio a los ojos.

– Sentí durante 359 noches un nudo en mi garganta y un dolor en mi corazón, esta noche ya no los siento. Viviré la mejor noche de mi vida y nadie me lo va a impedir.

Le respondí bajando el volumen de mi voz, mostrando los dientes más de lo normal.

– Entonces vete, ya no estás invitado.

Respondió agresivo.

– Aunque lo hubiese estado, no tenía pensado entrar. ¿Por qué crees que compré mi Jack Daniel’s personal si ustedes son 6 y 6 botellas para ustedes es mucho?

Pregunté con mirada desafiante a Julián.

– Porque eran las 11:50, y la única botillería cercana que vende Jack de miel cierra a las 12… Jamás tuve pensado compartir con ustedes, en cuanto corroborara de lo tóxicos que creí que serían, me iría con mi Jack Daniel’s de miel hacia donde yo quisiese.

Le confesé, cada vez más cerca de sus labios sin apartar la mirada de sus ojos, luego le hice un sit and spin con mis manos y me fui.

(Mensaje de WhatsApp)

Numero desconocido

– No creí que sería tu número, pero eres el mismo pibe de la foto de perfil… ¿Cómo vas?

– Estoy en el KrossBar.

Respondí.

– ¿Solo?

– Hay un tipo que me está mirando fijamente, supongo que dentro de unos minutos ya no estaré solo.

– No si llego antes…

– Hazlo.

– Iré en el auto… solo espero que al llegar sigas ahí.

– No te prometo nada…

– Dame 5 minutos, estoy cerca.

Dejo el celular en el mesón.

– Hey guapo, me agregas un Gin Tonic a la cuenta, por favor.

Le dije al Barman que estaba en frente mío preparando Mojitos de frutilla.

– Agrégalo a mi cuenta, y que sean dos.

Agregó el desconocido que solía mirarme fijamente. El Barman respondió “a su orden”.

– Francisco, mucho gusto.

Añadió al mismo tiempo que deslizaba su mano derecha sobre el mesón acercándola a una distancia prudente de mis manos.

– Eliot.

Respondí con una sonrisa leve, girando la silla unos cuantos grados para verlo de frente. Los parlantes del bar reproducían la canción “Crazy” de Aerosmith.

– Me pregunto qué pretendes invitando a un desconocido a un gin.
Añadí.

– Adoro ese tema…

Respondió Francisco mientras daba el primer sorbo a su Gin.

– Te he estado observando y apostaría al decir que no esperas a nadie. Solo busco pasar un buen rato, ¿y tú que pretendes viniendo solo a un bar y aceptando un gin a un desconocido?

– ¿Y por qué no?

Le dije con voz firme.

– Tú lo has dicho, por qué no.

Repitió.

– La vida es demasiada corta para no hacer cosas nuevas. Respondí.

– ¿Primera vez que vienes solo a un bar?, ¿qué edad tienes? Preguntó extrañado y vagamente extasiado.

– Primera vez que te acepto un Gin, la edad solo es un número, no es necesario.

Le dije, luego cogí mi vaso de gin y bebí un trago.

– Por la forma de tu cráneo y cara… menor de 20.

Aseguró sonriendo.

– No me digas, déjame ver, ¿Forense?

Pregunté, la idea de que fuera medico me molestó un poco.

– Veo que eres listo, sí, soy médico forense, ¿y tú?

Respondió mientras se acercaba sutilmente a mí.

– No es necesario. Por esta noche solo seré Eliot.

Respondí.

– Créeme que es mejor que solo conozcas de mí lo que puedes ver con esos dos lindos ojos que tienes.

Añadí.

– Bueno solo Eliot, yo seré solo Francisco también esta noche, pero si deseas conocerme más de cerca solo depende de ti.

Dijo en el coro de la canción. Yo estaba mirando mis manos que rodeaban el vaso, solté una risa y lo miré al par de ojos café.

– Una pregunta, ¿son todos los hombres así?, ¿siempre creen que solo basta charlar un poco, invitar a un trago y ya está?, ¿tan solo con eso consigues acostarte con alguien?

Le dije mientras comenzaba a percibir el poder de su mirada en mí.

– En ningún momento dije que me quería acostar contigo, solo te abrí las puertas por si deseas conocerme, pero debo admitir que si deseas acostarte conmigo no estaría nada de mal.

Dijo bromeando, aquello me ruborizó y me hizo reír.

– Me gusta tu sonrisa Eliot, es una sonrisa sincera.

Francisco comenzaba a mirar mis labios detenidamente.

– ¿Eres actor?, este momento parece sacado de película, ¿no crees?, el bar, el gin, dos desconocidos conociéndose, la canción tan apasionada de fondo, y tu mirada tan humana y envolvente.

– Me sinceré acercándome un poco a sus labios.

– Siempre quise hablar de esta forma con alguien en un bar escuchando esta canción de fondo, y hoy está sucediendo y tú has sido el escogido.
Confesó logrando conquistarme rápidamente.

– ¡Vaya que honor!, podemos escucharla otra vez si deseas y conocernos.

Le propuse.

– Me temo que el bar no querrá repetirla, es un mixtape.

Respondió decepcionado.

– Dije que podemos escucharla de nuevo, no dije que tiene que ser en este u otro bar.

Aclaré tras beber otro sorbo.

– ¿A dónde quieres ir?

– Llévame lejos de aquí, lejos…

Le pedí tras mirar su pelo castaño y sus manos grandes, gruesas y venosas.

– Vine en auto y he tomado un poco de Gin, ¿no te molesta?

Preguntó.

– Un poco de riesgo no está mal… menos si es por una propuesta apasionada e indecente como esta.

Le respondí.

En aquel instante miré hacía la puerta y logré divisar al argentino que comenzaba a buscarme.

– Avísame si alguien viene hacía mí.

Le dije a Francisco mientras me daba vuelta en el asiento para esconder el rostro.

– Sí, viene un chico rubio caminando hacia acá.

Alertó.

– Creo que he llegado un poco tarde…

Dijo alguien a mis espaldas, giré el asiento y lo miré. Era él.

– Así es compañero, de hecho, justo nos íbamos.

Le respondió Francisco mientras tomaba las llaves del auto que estaban sobre el mesón.

– No lo veo muy convencido al pibe.

Dijo el argentino.

– De he hecho lo estoy, tú me querías compartir con tus 5 amigos, ¿lo recuerdas?, creo que valgo más que eso… lo siento, vámonos Francisco.

Me levanté de la silla y Francisco canceló en efectivo los dos gin.

– No te quise compartir por eso he venido solo.

Respondió el argentino avergonzado.

– Que no quiere, ¿oíste bien?

Reafirmó Francisco en tono desafiante parándose frente a él. Pude comprobar que Francisco era más alto que el argentino, y más musculoso.

El argentino se molestó y dio un paso hacia adelante, mirándolo con odio.

– ¡Ey!, los problemas que tengan por favor resuélvanlo fuera del Bar.

Intervino el Barman.

– Basta par de simios, no es necesario.

Les dije a ambos. Francisco puso su mano en mi hombro y me incitó a salir del bar.

– Ché, el beso que me diste estuvo rico y sé que para ti también lo estuvo. Si decides cambiar de opinión, estaré al tanto del teléfono.

Gritó el argentino mientras salía del bar con Francisco.

Desconocía el lugar al cual me llevaría Francisco, pero logre deducir que sería lejos, tal cual como se lo había pedido, al ver que pasábamos veloz en su auto por la costanera norte. Las luces de los grandes edificios de providencia eran destellos de luz que lograba ver desde mi ventana. Francisco conducía a una velocidad riesgosa, pero confiaba en él, con una mano en el volante y la otra extendida en el soporte derecho, esperando probablemente que le extendiera mi mano. Luego de tomar la avenida presidente Kennedy, destapé mi Jack Daniel’s y comencé a beber, cerraba los ojos y disfrutaba aquel momento. Las canciones con las que decidió ambientar el momento habían sido solo clásicos que adoraba.

– Veo que te gusta Ana Gabriel igual que a mí.

Intervino Francisco al percatarse que cantaba con el alma la canción “Simplemente amigos”.

– Ana Gabriel, Juan Gabriel, Raphael, Leo Dan, José Luis Perales, José José, Edith Piaf, Jacques Brel, Jacques Prévert, Silvio Rodríguez, Camilo Sesto, Sandro… en fin, soy un viejo chico, ya lo sé.

Enumeré uno a uno todos mis cantantes favoritos del siglo 20’.

– Creo que Jacques Prévert es el único que no he escuchado, pero todos los demás que nombraste son puros gigantes de la música, tenemos los mismos gustos, me recuerda a la música que escuchaba mi viejo.

Dijo Francisco.

– Creo que ya hemos llegado, no te asustes si no ves ninguna casa o el camino es de ripio, estacionaré el auto detrás de ese árbol e iré a abrirte la puerta para taparte los ojos, quiero que sea sorpresa lo que quiero mostrarte, ¿vale?

Agregó.

– Me huele a peligro… pero el peligro huele bien. Si he de morir hoy, asesinado y descuartizado en lugar desconocido y apartado, supongo que estaba escrito, y ese ha sido siempre mi destino, después de todo creo que he sido siempre una presa fácil.

Le dije bromeando, inmerso en aquella situación y que por muy sospechosa que fuera, no me causaba miedo.
– Espero sea espectacular lo que me vayas a mostrar.
Agregué.

Francisco estacionó el auto, fue por mí y tapó mis ojos con sus manos, y me dirigió por un camino en pendiente cuesta arriba. La brisa fría contraía los músculos de mi cara, una extraña sensación de vértigo producía una presión en mi estómago. Luego de unos cuantos pasos, Francisco dijo “hemos llegado” y quitó sus manos de mis ojos. Ahí estaba la gran ciudad de Santiago vista desde las alturas, millones de luces amarillas coloreaban la gran ciudad y millones de estrellas daban vida al vasto universo que estaba sobre nosotros.

– Si logras no enfocar nada, veras millones de puntos amarillos abajo y millones de puntos blancos arriba, inténtalo.

Me recomendó Francisco.

– Tienes razón, es increíble, no lo puedo creer, ni siquiera se ven los límites de Santiago, es como si fuera un océano de luces amarillas, y las estrellas, jamás había visto tantas en mi vida, incluso se pueden apreciar con facilidad las constelaciones.

Le dije eufórico.

– Tengo otra sorpresa, pero ahora no es necesario que cierres los ojos, traje un parlante y una cajita de herramientas, te la presento, se llama “Oh Toodles”, nos será de utilidad más adelante.

Dijo Francisco conteniendo en la risa de su propio chiste. Tardé unos segundos en darme cuenta de que llamaba a su caja de herramientas de la misma forma que Mickey Mouse le decía a la suya. Luego de notar el chiste, comencé a reír a carcajadas sin poder parar. Francisco comenzó a reír desenfrenadamente conmigo, puso su brazo sobre mi hombro y me besó con fuerzas como para ser la primera vez.

Aquella noche nos embriagamos, perdimos el control y nos refugiamos en su auto cuando cayó la helada. Los asientos traseros del gran Jeep de Francisco se podían inclinar hacía atrás dando la forma de una gran cama. Para la situación no fue necesario frazadas o mantas, ni tampoco ninguna clase de prenda. El reproductor de música reprodujo más de 20 veces la canción “Crazy” de Aerosmith, hasta que todas las ventanas del auto estuviesen empañadas y en su interior la pasión se percibiera con todos los sentidos al máximo. Francisco, aquel chico que me miraba incesante y decidido en el barra, aquel desconocido de la propuesta indecente de una noche estrellada, comenzaba a perderse en mis redes y yo en las suyas, olvidando ambos lo que éramos, no necesitábamos recordar nuestro pasado o pensar en el futuro, en aquel momento solo vivíamos el momento y disfrutábamos nuestros cuerpos que comenzaban a amarse y a exigirse, deseo reprimido por la sociedad que practica la violencia en la calle pero que hace el amor a escondidas.

Francisco amaba con una impulsividad maniaca y yo mejor que nadie lo comprendí.

– Me encantas.

Dijo estando sobre mí. Yo recorría mis dedos de una mano por su espalda y con la otra acariciaba su rostro.

– Estaba escrito.

Susurré.

– Esto… todo lo que ha pasado desde que se creó el universo, permitió de alguna u otra forma que tú y yo esta noche estemos aquí en los brazos del otro. Ahora comprendo… 

Le dije mientras recordaba todo el sufrimiento que viví por Denny durante un año.

– Las cosas tienen que tomar su curso, tienes que dejarlas fluir y si logras comprender eso, vivirás momentos tan únicos como estos, pero serás considerado loco por el resto, no debes prestar atención a esas palabras, las personas más locas son las que viven la mayor dosis de felicidad, y puede que eso sea insano, pero en la vida nadie me asegura que sea feliz siendo sano, y la locura al menos me promete una noche dionisíaca y maniaca, y esto es todo lo que necesito para terminar mi día… el mañana es incierto, ni siquiera sabemos si estaremos vivos y aun así, si este fuese mi último día de vida, quiero decirte que fue jodidamente perfecto.

Le dije terminando en un beso que sellaba sus labios.

– Sinceramente Eliot, creo que jamás olvidaré lo que ocurrió el 11 de agosto del 2019 y tus palabras.

Respondió Francisco sin lograr comprender nada de lo que había dicho, terminando en un beso profundo en mi mejilla izquierda, la misma mejilla que hace exactamente un año Danilo Salazar me besó por última vez.

Fin.



Para finalizar esta segunda columna, quiero regalarle a les lectores uno de los cuentos escrito en noviembre del año 2019. Es un recuerdo del contexto de un contemporáneo, de nuestro estallido social. Son imágenes de un pasado que sigue siendo presente, latente. Incidencias en donde la pandemia impuso sus ritmos y en donde los gobiernos neoliberales impusieron las reglas, reglas que enmascaran las rejas y la muerte, aunque persiste al menos el ideal de cambio, las promesas de un futuro equitativo y no bajo las áreas inconmesurables que se miden de sombra a sombra sobre la idea impuesta llamada “el jaguar de Latinoamérica”.


Fear and loathing in Valparaíso (?)

Se sugiere al lector tener dentro de su memoria musical las siguientes canciones que posee el texto.

1.         Los vampiros. Dënver ft Me llamo Sebastián.
2.         La rubia tarada. Sumo.
3.         Time. Pink Floyd.
4.         Todos los veranos del mundo. Tunacola.
5.         Allende vive (y yo sé dónde). Jorge González.

Volutas de humo que rodean, y a la vez, penetran mis entrañas, —aguanto y luego de darle al tiempo la definición de indeterminado— exhalo.

El olor a pasto llega a satisfacer mi límbico olfato, recostado de espaldas y mirando de frente al firmamento, accúmbico placer para adornar el colofón de la escena, apreciando este cielo en la mitad de la tarde, pero añorando a la vez la pronta asunción del anochecer, pensando en la imposibilidad de dejar tus deseos en los designios más kafkianos, o sea, como pedírselos a una estrella, por ejemplo. Es que, toda mi visión, acostado sobre el pasto, eran todas esas luces, luces estelares que titilan más allá de lo que comprendemos como lejos. “Entre las luces se esconde el misterio más profundo de la noche”, dice el Sebi con Dënver.

 Las luces de los edificios a mi alrededor hacen que piense en ese poema de Parra “¿Es más real el agua de la fuente o la muchacha que se mira en ella?”, comparando a las estrellas como si en realidad fuesen el reflejo de las luces de los edificios; entonces, ¿son reales las estrellas?

Estrellas, que, por cierto, no saben que existimos, y tampoco saben que ellas no existen, pavoneándose de su luz de interminable extinción, riéndose de nuestra importancia hacia los segundos, disfrutando del inconsciente paso del tiempo.

Deseo llegar a Valparaíso, pienso absorto, en “estado Teitelboim”, mirando al cielo, tomando una foto mental del degradé que compone todo lo que comienza y que está, indefectiblemente, en la transición de acabar. Como esa breve sensación de bienestar y efervescencia de nuestro vagabundeo mental imaginando nuestra vida como soñamos que es, acompañada del soundtrack de tu Spotify, iluso de confiar el éxito de mis sueños en la nada, como en todas las situaciones en las que compro un Kino, esperanzado. Me termino de fumar el rocket y parto al metro.

Por suerte, no es tan tarde, y ya me di cuenta de que estoy a tiempo de llegar al Terminal Pajaritos, con algunos inconvenientes, pero orgulloso e inherente de esta gran lucha, de ser parte de esta revolución, que está cerca de cumplir un mes desde su estallido y tiene a todas estas generaciones comprando más el libro de la Constitución Política que para las pruebas de historia en el colegio.

Finalmente, y en al menos algún aspecto, las redes sociales han demostrado que internet nació para liberarnos, aunque este proceso de abrir los ojos haya alimentado el apetito de nuestras “Fuerzas de Orden y Seguridad”. Apetito insaciable por dejarnos ciegos. Igualito que criar cuervos. Pareciera ser que es la historia la que permite que el olvido este lleno de memoria, incluyendo a la memoria colectiva.

Justo en el momento en que salgo del metro y me dirijo a la oficina de buses, por el alto parlante anuncian la cancelación de todos los servicios hacia la quinta región. “Carajo” musito a regañadientes. Toda esta situación nos mantiene, yo creo, en algún tipo de neurosis adaptativa, y al mismo tiempo llego a la conclusión de que no hay nada peor que la incertidumbre. Tendré que irme en el auto. 

Durante el viaje en metro de vuelta, exhausto de la carga mental que implica vivir el éxtasis del acontecer nacional, pero por sobre todo vivir la impotencia de soportar a nuestro presidente, es decir, la incomprensión de que, a pesar de haber realizado todas las acciones posibles contra un gobierno tan incompetente, y que aún hasta el momento de esta escritura, no se vean resultados en la praxis.

No obstante, mis oídos se concentran en la música de fondo, que sutilmente logra calmarme con sus interrupciones, esos espacios de ruido blanco dentro del túnel que acompañan el deslizamiento de los vagones y de los versos en mi lectura: “Todo el mundo estaba jodido. No había ganadores. Sólo había ganadores aparentes. Todos íbamos detrás de un montón de nada. Día tras día. Sobrevivir parecía ser lo único necesario. Y eso no parecía suficiente.” Cómo siempre le das al clavo viejo Buk.

Esto me deja angustiado, pues la sensación de sentir que no se logra nada con la lucha de prácticamente todo Chile es algo que no sólo quita el sueño. Es como la irrupción de otro pensamiento, frecuente en mi vagabundeo mental, y que llega súbito, como el chorro de agua fría que interrumpe la ducha de agua caliente, enrostrándome el poco dinero que he generado en estos “tiempos mejores”. Me vale mierda, endeudado estaré siempre si este país no cambia ―que cambie yo no es suficiente― pero es en estas situaciones donde siento fehacientemente que somos de alguna manera afortunados de ser parte de un proceso donde el pueblo no había tensado tanto el arco dentro de su plétora de manifestaciones, marchas, dictadura y todo tipo de violaciones a los derechos humanos en todo y a pesar de todo nuestro pasado.

De pronto un flashback me lleva a la placentera sensación de escape que podría ser este viaje a Valparaíso, manejando en mi viejo pero sólido auto. Este periplo me llevaría a rememorar los etéreos viajes de un pasado reciente, hablo de los años mozos esquivos, que miran con desdén mi apariencia curtida entre el tiempo y los excesos. Sentir desde la reminiscencia, a mi cabeza y brazo izquierdo bajo la cálida sábana solar que deja caer cuadro a cuadro el horizonte hacia el azul más cerúleo que existe, minutos antes de la profusa oscuridad, en tiempos donde la única preocupación y deber que te decían que debías tener era estudiar, y ahora con solo presenciar el aleteo de una mariposa sulfuro en angustia.

Esta descripción de sensaciones me llena de éxtasis. Y durante todo ese tiempo, siempre estaba fumando, relajadamente, mis cigarros chistosos, aunque esta simple imagen no sea más que el eufemismo de la sensación en sí, de aquel recuerdo de estar bajo el efecto cannábico, escuchar música y sentir el viento como una brisa turbulenta que masajea las mejillas.

Aún la Universidad no se ha pronunciado sobre la factibilidad de que se cancelen las clases que debo realizar en Viña del Mar, así que no se diga más, larguémonos drogados, hagamos distinta la realidad, al menos desde nuestras percepciones. Al estilo de Hunter S. Thompson, pero la versión Fruna®.

Por el alto parlante se escucha que la mayoría de las estaciones están cerradas, y los disturbios y gritos que se perciben por pura vibración de sus ondas, que se sienten como esa pequeña herida del paladar que arde al toquetearla sin parar ― y con algo de placer―, con la punta de mi lengua. Saco mi celular, abro la aplicación donde en mi perfil aparece una foto de Louis-Victor de Broglie.

Me bajo en la estación de metro católica, esperando que mi dealer me provea de una dosis de MDMA, sólo porque pude conjeturar, y no muy difícilmente, las ventajas sustanciales de su uso ahora mismo. Tuve serias discusiones conmigo mismo para decidir finalmente la compra de una y no de dos. Hace un par de días leí que los gringos están utilizando el MDMA como tratamiento para el estrés post traumático en los soldados que regresan después de jugar a la guerra en medio oriente, siendo un tratamiento muy efectivo, con una robusta evidencia científica. Ya lo veo, ¿Por qué los milicos y pacos le tienen tanto miedo a que se sepa que usan o abusan de la nieve peruana?, quizás si hubiese sido un Le Vin Mariani en la época del Über Coca de Freud, estarían nuestros mentalmente limítrofes represores al nivel de Alejandro Dumas o Julio Verne. 

Luego de la recóndita y efímera transacción, camino hacia el edificio donde usufructo el estacionamiento de un amigo.

A mitad de camino, por la calle Curicó, saco mi botella de agua y me trago la pila1. Luego de unos minutos, al fin salgo en el auto. Divago por las calles incendiadas de la ciudad para poder tomar la ruta 68, con ese sol ardiente que cubre el horizonte de sombras moradas, bebo y bebo agua y ya me siento un poco extraño. En mi lista de Spotify suena esa parte de la canción de Sumo “La rubia tarada, bronceada, aburrida, me dice ¿Por qué te pelaste? y yo, por el asco que da… tu sociedad, por el pelo de hoy ¿cuánto gastaste?” Y me sale de exabrupto de risa aguda y nerviosa, de comprender cómo la mierda nos llega hasta el cuello y debemos vivir con el olor delante de nuestras fosas nasales, delatando mí paupérrima situación, frente al negacionismo de la gente que le gusta vivir en la precordillera, cubriéndose lo poco de juicio que les queda con horas de Balayage.

Pienso que ya comienza a expresarse la euforia. Tenía las manos sudorosas, además de ese trémulo de baja amplitud en el cuerpo, sobre todo en la parte de atrás de tu cuello. El viento se siente placentero, mientras dejo atrás las llamas de los restos de la nada, escombros que no podrían ser más útiles para otra cosa que para impedir el paso de la represión policial, en el caos donde el humo que emana de estas barricadas tiñe la escena como lo hace el color del tiempo en la blanca, pero no pura, muralla de los paredones de adobe, con esa impresión de estar en un constante estado de derrumbe, provocado y detenido, a merced de la desidia del tiempo. Y es que el paisaje de páramos y terrenos baldíos que tenemos por calle cultiva en nuestra profundidad los motivos de por qué no soñamos en vano. Y es en esta profundidad donde cogemos energía, nutrida por la desesperación, o la desolación que siempre nos ubicó limitando todos nuestros espacios, espacios que nunca nos preguntaron por donar, espacios que perdimos a punta de asesinatos, torturas, violaciones, hechos y no interpretaciones por las cuales varios de nosotros aún en nuestro país mantenemos con esta historia una relación pauteada por el silencio.

Mientras la carretera se sigue expandiendo en la medida que avanzo, en un país en medio del más espléndido caos, una carretera para mí en soliloquio, pero que no por estar solo es triste, pienso que siempre me he tenido a mí para conversar, sin que el pensamiento muera en la boca, y porque, además, no tengo un abogado yonqui como compañero de viajes. A todo esto, y con eso de la tristeza, la gente tiene la noción ―y que está bien arraigada― de que la soledad es tristeza, ¿Qué pelotudez no?                     

Justo hoy se cumplen 24 días del inicio del estallido social, y las cifras son incuestionables: 23 muertos, más de 2.000 personas heridas, y de éstas, más de 200 son lesiones oculares graves.

Es como si, en el entrenamiento tan deleznable de ser paco, sólo practicaran “tiro al blanco”, y ellos como si fuesen niños, se pelean por la única atracción que les llamaría la atención de los juegos Diana. Además, dentro de sus valores patrios de formación, formación de machito, donde las mujeres sólo existen detrás de sus sombras, o bien, en las 52 querellas por violencia sexual cursadas al Instituto de Derechos Humanos. Tristeza es, entonces, con todo esto ya manchando las hojas en blanco, darte cuenta de que todo el espectáculo orquestado por los pacos y milicos los pagas con tus propios impuestos. O hablando de las haitianas, que escapan de los abusos y violaciones del ejército chileno en sus tierras y llegan a nuestro país para evidenciar prácticamente lo mismo.

La sensación de estar viviendo y ser parte de una revolución, o de como dicen algunos de los carteles en las protestas o murallas escritas, que estamos escribiendo la historia, lleva a mi somatosensorialidad a la descarga constante de estimulación por ver lo que veo, pensar lo que pienso, sentir el viento y el sol, y la idea de que en algún momento dejaré de darle duro a la ruta, bajo los efectos de este famoso neurotóxico que burbujea en todo mi cuerpo para reventar como la espuma en la ola, y al instante mismo sentir la metáfora representarse en mi piel, en especial la parte de atrás de mi cuello.

Ya no recuerdo la última vez que comí o bien la importancia de comer, lo que se sustenta en el efecto anorexígeno de la sustancia, mientras ahora en mi lista suena “Time” de Pink Floyd. El escalofrío y la sudoración se sienten frías en la superficie de mis manos, suelto el volante para dejarlas a merced del viento y refrescarlas de esta sensación dispar entre la humedad, el sudor y el frío seco. Aún me queda agua en la botella para la sequedad de la boca. La liberación de serotonina se asemeja en estos tiempos a un shock de libertad y la voz de David Gilmore no podría estar mejor en ninguna otra canción y en ningún otro momento. Acelero, al ritmo del punteo que desde la profundidad emana de la guitarra eléctrica, cantando exageradamente los coros de fondo. Era mi puto momento, y esta vez no estaba lavando la loza.

Llegando a Placilla, adportas del puerto, se ve una barricada gigante, cuyo fuego toma una altura de unos 3 a 4 metros, y centenares de personas están por todo el camino, manifestándose.

Un poco más adelante, un par de pacos me hace señas que traduzco como desviación, y de, probablemente, detención al costado. Me persigo con la sensación de que seguro estos bípedos implumes notaron mi cara de yonqui eufórico, y la generación de esta imagen dentro de mi procesamiento, activa mis señales de alerta, pensando en que sufriré algún control policial y que todo mi viaje se vislumbra derrumbado sobre sí mismo, encerrado en los calabozos de una comisaría, suplicando clemencia y pensando en qué diré con mi llamada, tratando de que la gente pueda comprender el por qué uno hizo lo que hizo, y eso que ni uno sabe muy bien el motivo tampoco, al menos motivos no racionales. Es mas bien un impulso, digamos.

No obstante, estos autómatas sólo me desvían, y luego de esperar, uno de los manifestantes explica la imposibilidad de cruzar por el camino convencional. Me señala que, debo seguir la caravana de automóviles desviados y que de igual forma llegaría a Valparaíso. Al final de algunas curvas serpenteantes, llegamos a una carretera. Siento que vuelvo a la ruta conocida, al mismo tiempo que suena el inicio de “Todos los veranos del mundo” de Tunacola, justo cuando los colores y sonidos parecen ser más intensos, instante en el que uno puede pensar que la música siempre llega en el momento preciso, como la poesía.

Así, extasiado, entre las llamas y el humo, se oyen gritos vociferados que, desde el interior de sus entrañas, se cuelan por mis auriculares. Estos gritos y cantos tensan los millones de platismas y dejan la textura de la rabia impregnando el descontento en los cuellos de las mentes libres, propagando por el aire las demandas de la masa descontenta. Entre la música, las voces, los cacerolazos incesantes, y ese viento fiel que siempre me ha acompañado, veo las casas de colores sobre los cerros que colindan el camino. Apago mi celular, me saco los auriculares, sólo para perseguir y evidenciar el silencio, pues los sonidos de protestas se sienten cerca y bajos, recibiéndonos y sin darme cuenta, como una laguna espaciotemporal, el silencio ya llega a ser ensordecedor una vez en avenida Argentina, donde sólo puedo contar dos o tres almas hurgueteando la basura que no ha sido totalmente calcinada.

Esquivando las rocas con más decisión que precisión, piedras que abollaron la represión de la mano de gente creyendo no ser poeta ―no obstante, a su nulo conjeturar de esta interpretación―es la obra un poema, y como dijo Hölderlin, lo que perdura es lo creado por los poetas. De pronto, en una calle paralela por la que circulo, se observa el escupitajo profuso de los guanacos, y el dinosaurio de las marchas bailando al son del crepitar de las barricadas, sobre el techo de un local comercial. Siento el calor abrasador como si estuviese personificado, a mi lado, como un copiloto ansioso, representando el nerviosismo que me exige acelerar y llegar pronto al hostal.

Doblo por la Plaza Sotomayor y subo por el Cerro Alegre.

Entre tanto, la oscuridad que gobierna el tiempo y el espacio que habito se interrumpe por las luces de los barcos que titilan reflejadas en el incorregible océano. No paro de estirarme en el asiento, incómodo por la contradicción de sentir el éxtasis y el no poder disfrutarlo plenamente, por mis contraídos músculos. Estaciono, bajo saltando los escalones, feliz hacia el pasaje Fisher para doblar por la calle Urriola y llegar a mi residencia de nómades irresolutos. Dejo mis pertenencias sobre la cama de pieza compartida, donde conviviré con un gringo de Washington DC. Saco de mi mochila un par de caños, los guardo en el bolsillo, y antes de subir al techo del hostal, salgo a la botillería contigua a comprar ese vino maravilloso llamado “el viejo feo”, lubricante importantísimo para las noches de escritura forzada.

De pronto, suena mi celular. Número desconocido.

– ¿Aló? Habla Hank.

– Sr. Scardanelli, buenas noches y disculpe molestar a estas horas, pero las clases que debe realizar en la Universidad se suspendieron hasta nuevo aviso.

– Fabuloso.

– Ruego disculpar no poder avisarle con mayor anticipación. Hasta luego.

Esto amerita celebrar. Subo al techo donde ya se encuentran 3 comensales. Conocí a Eduardo, un chileno que viaja por el mundo con su arte, del cual no recuerdo con precisión, qué tipo de arte hacía. Se reía sutilmente, quizás por mi gutural, pero a fin de cuentas entendible inglés. A su lado se encontraba otro chileno, que trabaja en una película, y nos comentaba que mañana parten temprano a filmar. Tenía una barba copiosa, era muy chistoso, no sólo por su gracia de denigrar con veracidad a nuestro actual gobierno, sino que, al final de cada frase se reía como el perro Pulgoso y sonreía igual que Garfield. Había también un francés, que sólo quería consumir marihuana, menos mal ―y aún no lo sabe― soy su salvador. Tengo la impresión de que la gente siempre me pide que me comporte, cuando en realidad, ya lo estoy haciendo desde que los veo. Finalmente, todos bebieron de mi vino, fumamos los dos “quetejedi”, mientras el presidente en ese preciso instante se encontraba dando un discurso, el cual no me importaba perderme. Y no es que no me interese, es que sé de antemano que no dirá nada, ni mucho menos lo que la gran mayoría de los chilenos, la gente común, espera escuchar. Me doy cuenta de que, aunque viaje lo que viaje, dónde y cómo lo haga, incluso dos viajes dentro de uno, no sirve de ningún tipo de escape a esta realidad, que por más que la evada, saltando torniquetes cual escolar intrépido, termino de todas maneras cargando la tarjeta bip, aunque no la use.

Horas más tarde, durante la madrugada, drogado y beodo, continuaba golpeando las teclas en la mesa del comedor, cuando todos duermen, exprimiendo la botella por una gota más de vino.

Qué extrañas vivencias en esta caótica noche en Valparaíso, donde el efecto de todo lo consumido y evidenciado no alcanzó el pináculo esperado. Al igual que Raoul Duke en San Francisco a mediados de los sesenta, resulta que ninguna mezcla de lo leído, contado, escuchado o discutido se puede siquiera asemejar a la sensación de haberlo vivido, tal como esta noche que actúa como el telón de un teatro en decadencia. Noche que no sólo se transformará en recuerdo, sino que aparecerá en todas las noches, en todos mis sueños, como si vivir en mi memoria no le fuera suficiente. Todo era surrealista, como una locura colectivamente cuerda, en cualquier lugar y a cualquier hora.

En todo momento, la electricidad en el ambiente a estado de manera constante y presente, nos seduce y nos convence de que lo que sea que estemos haciendo está bien, y que seremos victoriosos. Toda esta locura y caos que no son más que la representación del sentido de liberación y un humanismo nunca antes visto, para un país al cual su carencia ha atraído una amalgama de neoliberalismo, donde el “jaguar de Latinoamérica” se limita a las escasas zonas acomodadas de Santiago, y los extranjeros, hechos mierda pero felices, lo demuestran vendiendo arepas y tequeños creyendo que viven el sueño americano, enceguecidos y engañados ―al igual que nosotros― por todos esos comerciales de la televisión, deseando autos, ropa, gente lascivamente linda; o, que seremos algún día millonarios, famosos, estrellas adoradas en donde la única imagen que emite de nosotros esta pantalla fríe cerebros es cuando está apagada, quedando solo el reflejo de nuestro rostro cansado por los años de deudas, injusticias, y el esfuerzo no correspondido. Llevamos años sacándonos la cresta. Sólo son libres los que se dan sutilmente cuenta de que eso nunca tendrá lugar.

El dinero creó al pequeño burgués a su imagen y semejanza.

Supongo que igual no importa, siempre habrá psiquiatras para doparnos, sobre todo aquí, en el paraíso del emprendimiento, es decir, una utopía dentro de una distopía, como la que genera el algoritmo de nuestras preferencias en nuestras redes sociales arrastrándonos al consumismo y endeudamiento sigilosamente, en contraste con la realidad fuera de las pantallas.

En el instante de distensión, la pregunta del francés que me hizo hace un par de horas me llega de golpe. Quiere saber sobre cómo es Santiago, y explicarle en ese momento, todos volados, que es como un monstruo que exige sacrificios y adoración, como Moloch devorando las vidas del SENAME, hace que, volviendo ya de la escena descrita, recite a Ginsberg, “¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Ceniceros y dólares inalcanzables!”.

Al terminar el texto, subo al techo nuevamente, para recostarme en la hamaca del hostal. Recuerdo una canción de Jorge González que me mostraron unos músicos que frecuento, visitando su casa hace un par de días, entre el whisky y la mota, y decía algo como “no es un país, Chile es un fundo”. No les comenté en su momento, pero yo creía que Chile era algo así como una monarquía, y esto fuera algo, y ojalá bien barbárico, como la Revolución Francesa.

Son las 3 am y a lo lejos se escucha como un susurro, a la gente, que sigue marchando, y las estrellas que antes de la revolución estaban calmas y gustosas, bañadas en silencio, conviviendo con la prolongación de sus luces por toda la eternidad, no encuentran su nicho final en las ondas del mar, sino que parecen manifestarse al son del pulso rítmico de los sonidos de protesta, que incluso a estas horas aún sigue marcando el platisma en los cuellos del fervor popular.

Supongo que la realidad, sea como fuere, siempre nos convence de seguir insistiendo, de no ser nunca, otro ladrillo más en el muro. Ojalá no ser nunca más muro.

@eliotmalcolm

  1. Nombre social con el que se conoce al derivado anfetamínico 3,4-metilenodioximetanfetamina (MDMA, éxtasis).                                         

Diego Olmedo Gallo

Diego Olmedo Gallo nació en 1987, siendo clasificado en términos propios como un "millenial tardío". Tecnólogo Médico de profesión, no obstante, cultiva desde la infancia una gran pasión literaria, que hasta hace poco decide cosechar, también tardíamente. Su escritura posee como médula ósea la cruda realidad desde una perspectiva existencialista y posmoderna, con un estilo vívido de descripciones, todo macerado por su influencia del realismo sucio y admiración por el periodismo gonzo.
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