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Homofobia Castrista: ¿De qué estamos hablando?

El reciente fallecimiento del dictador cubano Fidel Castro, ha desatado todo tipo de balances sobre su largo mandato. Una de las sombras que la prensa ha mencionado dice relación con la persecución sistemática a personas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).

¿En qué consistió? Básicamente, en dos cosas, ambas íntimamente relacionadas. Primero, en un discurso de odio en contra de dichas personas, propiciado desde las autoridades estatales al más alto nivel. En una entrevista que Castro le concedió al periodista estadounidense Lee Lockwood en 1969, señaló que “un homosexual no reúne las condiciones y los requisitos de conducta que nos permitirían considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero militante comunista. Una desviación de esta naturaleza está en contradicción con el concepto que tenemos sobre lo que debe ser un militante comunista”.

Por su parte, la Declaración del Congreso de Educación y Cultura de Cuba de 1971, expresó: “Respecto a las desviaciones homosexuales se definió su carácter de patología social. Quedó claro el principio militante de rechazar y no admitir en forma alguna estas manifestaciones ni su propagación”.

Segundo, siendo consecuencia de lo anterior, en la existencia de crueles métodos de “reeducación”, como las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado a los que ciertos ciudadanos indeseables eran conducidos, sin que previamente haya mediado ninguna forma de procedimiento judicial. Entre las personas obligadas a prestar servicios al régimen y “adoctrinarse”, se encontraban no sólo homosexuales o transexuales, sino incluso jóvenes que gustaban del rock o que se vestían en forma colorida.

Son muchos los testimonios de personas del mundo LGBT cubano que fueron a parar a las UMAP. Casi todos, como es de esperar, corresponden a ciudadanos exiliados. El libro de Allen Young, Los Gays bajo la Revolución Cubana (1984), reúne varios de estos testimonios. Algunas características comunes es que se trataba de jornadas laborales extenuantes (de 14 horas diarias), que existía una atención médica muy precaria y que la comida era excesivamente exigua. “No había ningún tipo de atención médica y teníamos que dormir tres en una cama, excepto los más fuertes, que lograban conseguir camas para ellos y sus novios”, dice Jaime, quien prestó su testimonio para el Washington Post en 1980.

Otro testigo, Guillermo, después de narrar la forma en que eran cicatrizados con bayonetas, agrega: “Las palizas eran frecuentes. Nos golpeaban sin motivo alguno. Algunas veces estaban simplemente tratando de provocarte para poder sentenciarte a más tiempo”.

Alguien dirá que la homofobia también ha existido en los países capitalistas. Es cierto que, por ejemplo, en el marco de las sociedades abiertas ha existido un discurso patologizante en torno a la diversidad sexual, que incluso ha propiciado las “terapias reparativas”. Este discurso resulta hoy persistente en sectores de extrema derecha, como en el caso de los argentinos Nicolás Márquez y Agustín Laje. Los menciono porque ejercen alguna influencia en Chile (el segundo nos visitó hace muy poco). Pero, al menos, esta situación se puede superar gracias a la existencia de libertades individuales, como la de expresión (invito a leer mi comentario crítico al libro de dichos autores).

Además, gracias al sistema de libre mercado, las personas LGBT siempre han contado con espacios de sociabilidad, como bares o discotecas, que les permiten vivir libremente sus identidades sexuales. Incluso el mismo movimiento de la diversidad sexual surgió en el bar neoyorkino de Stonewall (1969). No surgió de ninguna oficina estatal, sino, por el contrario, en contra de un conjunto de redadas policiales que atacaban a dicho bar por acoger a lesbianas, gays o transexuales. En otras palabras, el principio de libertad individual, en cuanto ausencia de coacción, iluminó el camino para la inclusión y no discriminación de las personas LGBT.

Sin embargo, y volviendo al caso cubano, una cosa muy distinta es el encarcelamiento, la imposición de trabajos forzados y la exclusión radical del medio social. Y todo esto, a partir de un fuerte discurso de odio, expresado y legitimado por las mismas autoridades centrales. El odio y la violencia estatales son siempre mucho más fuertes (y difíciles de vencer) que los propiciados por personas o grupos particulares.

Por último, y desde una filosofía política liberal, la muerte de Castro debe llevar a confirmar el principio fundamental que toda persona tiene derecho a construir su proyecto de vida —incluso en materia sexual—, siempre y cuando (como en cualquier otro ámbito), no pase a llevar la misma libertad del resto. A contrario sensu, el régimen cubano puede definirse como una maquina orientada a destruir el libre desarrollo de las personas. Y por eso es que, en el fondo, de revolucionario tiene poco o nada.

Valentina Verbal
Historiadora. Profesora de la Universidad Autónoma de Chile y Viña del Mar
Twitter: @valeverbal

Revista Clóset

Entrevistas, actualidad, cultura, farándula, tendencias. El objetivo de revista Clóset es generar opiniones y discusiones constructivas en torno a temas LGBTI.

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