El Oso Oscuro

Tarde de piscina

Ignacio aún no superaba su separación, su divorcio. Fueron ocho años que comenzaron a la semana que salió del clóset. Se sentía incompleto al no formar parte de una pareja y la soltería le incomodaba como quien sale a la calle con dos calcetines distintos: nadie lo sabe más que tu. Sin embargo disfrutaba el conocer gente nueva y buscaba consuelo momentáneo en cuerpos de hombres que lo aburrínan despué de eyacular. Era verano y Santiago estaba muy entretenido para un hombre independiente en sus 30. Fueron cinco semanas de sexo y fiestas, interrumpidas por una visita a la casa de sus padres. Era viernes por la noche e Ignacio, después de una semana de hacerse a la idea, obligado por las culpas de la crianza católica, se apeaba del bus que lo traía a su ciudad natal. Su madre lo esperaba con una sonrisa.

El aire estaba cálido esa noche. El viento soplaba despacio, meciendo con un arrullo las hojas de las palmeras y la piscina reflejaba la luz de la casa a su alrededor. A pesar del desagrado que le generó en un principio tener que viajar, el llegar a la casa de sus padres, a un escenario de noche de verano, como el que lo recibía, le sacaba una sonrisa en su alma y el pensamiento de “estoy en casa”.

Después de llenarse con comida casera, jugar con su hermanita y ponerse al día con su madre, salió al patio y, sentado en la mecedora, encendió un pito y su Growlr. La revisión en la aplicación no fue satisfactoria y tampoco pensó que lo sería. Revisó Instagram y sintió como la felicidad de estar en casa de sus padres se desvanecía al ver fotos de sus amigos iniciando sus carretes. No quiso darle like a ninguna foto hasta que apareció la selfie de Pablo, un conocido con el cual se coqueteaba por Whatsapp pero con el que nunca concretó. Él era joven, tenía 21 años y vivía con sus padres; 1,80 de altura y contextura gruesa, impropia para alguien de su edad. Pelo negro y muy corto, barba irregular, piel marcada por la acné, labios muy gruesos, mirada de adolescente subversivo. Hombres así producían sentimientos de excitación juvenil en Ignacio, que entraban a una fase más adulta de su vida, pero que aún no querían dejar ese lado más irresponsable de la juventud. Recordó que mañana toda su familia iría a un paseo y le pidieron cuidar la casa, estaría solo. Sus dedos se deslizaron rápidamente entre aplicaciones y lo ubicó en Whatsapp. “Hola” – 00.17 am.

Ignacio despertó en la cama de su hermana y, debajo del cubrecama de Frozen, se tocó pensando en Pablo. Conversaron por dos horas y aceptó la invitación a la piscina, coincidiendo su hora de llegada con la hora en que toda su familia saliera de la casa. Durante la mañana todo el mundo se preparó y estuvo listo, pero su hermanita sufrió un ataque de amor por su hermano mayor e hizo un escándalo por quedarse en la casa con Ignacio. Esto cambiaba un poco los planes, pero con lo caliente que estaba por ver al joven, seguro pensaría la forma de estar con Pablo sin traumar a Daniela.

Pablo llegó caminando. Cuando Ignacio lo vio esperando en la calle, lo abordó un sentimiento pueril, como cuando invitaba a compañeros de colegio a jugar. Estaba más guapo que la última vez que lo vio. Se abrazaron con fuerza, se besaron en las mejillas y mantuvieron contacto visual hasta que fueron interrumpidos por la pequeña, quién se apareció rompiendo aquel seductor encuentro. Pablo se sorprendió por la inesperada compañía, pero gracias a la simpatía brindada por su juventud, hizo que tanto él como la niña establecieran un lazo de amistad inmediata.

Ignacio lo invitó a pasar a la casa y ponerse el traje de baño. Lo llevó a la pieza de una de sus hermanas para que se cambiara. Pablo entró y se quedó mirando a su anfitrión que no le quitaba los ojos de encima. Le preguntó si cerraba la puerta y Pablo le dijo que no, sonrió con una mueca y dejó caer su mochila en la cama. Cruzó sus brazos con las manos hacia abajo y levantó lentamente la polera. Su torso estaba pálido y lo decoraban pocos vellos que parecían filas de hormigas trepando por su pecho y alrededor de sus pezones. En su abdomen se notaban sus músculos, gracias a la escasa iluminación que se colaba por las cortinas. Éstos no eran producto de entrenamiento en un gimnasio, si no que eran propios de un adolescente que fue un deportista vigoroso y que en un par de años más, la cerveza y la mala alimentación, provocada por los inicios de la vida independiente, terminarían formado en una barriga aún mas deliciosa. Quería tocar su cuerpo en señal de adoración, pero Daniela llamaba para que le pusieran el traje de baño. Pablo le dijo que fuera y con sus pulgares bajó la pretina de sus jeans, asomando una frondosa mata de pelo. Ignacio le dio una última mirada y, mordiéndose el labio, cerró la puerta.

Ignacio se deleitaba al ver la redondez del trasero de Pablo en el bañador azul que tenía puesto. Caminaba con una toalla doblada en su hombro y en dirección hacia él, que lo esperaba en la orilla de la piscina. Se lo imaginó con zapatillas blancas y en cuatro, mirándolo, sudado y jadeante, mientras se lo follaba con sus manos colmadas en la carne de su culo. Daniela le gritaba insistente que jugasen waterpolo e Ignacio la tomó en brazos, para que no vieran su erección, y se lanzó al agua con ella. Sumergido, vio que la niña se alejó nadando rápidamente cuando una nube de burbujas estalló frente a él. De pronto los labios de Pablo aparecieron en el fondo azul de la piscina e hicieron un suave contacto con los suyos. Ambos salieron del agua y rieron. “¿Quieres ver como levanto a Pablo por sobre el agua?” Le preguntó a su hermanita que respondió con un eufórico ¡SÍ! Lo tomó de la cintura e hizo que se elevara por sobre la superficie, hasta las rodillas y lo dejó caer en el agua con velocidad. Pablo aprovechó y, afirmado de sus piernas, le mordió suavemente la verga. “¿Vemos si lo puedo levantar más alto?” Daniela volvió a gritar ¡SIIIIIII! Esta vez lo tomó con una mano de la axila y con la otra lo levantó del culo, presionando su ano. Una pequeña ola se hizo cuando volvió a sumergirse, mojando a Daniela que se reía y disfrutaba del jueguito. Al salir del agua, Pablo le dijo a Ignacio que lo tomara en sus brazos, con él extendido horizontalmente, y lo levantara. Dio un saltito, se afirmó de su cuello, ubicó sus posaderas en un antebrazo y su espalda en el otro. Ignacio giró, dándole la espalda a su hermana, y se besaron como novios prontos a entrar en el lecho nupcial. Levantó su cuerpo completo, Pablo y Daniela gritaban de emoción, e Ignacio fingió que se resbalaba. Ambos se sumergieron de golpe, Ignacio buscó y sostuvo la cara de Pablo y le metió la lengua hasta la garganta. Salieron del agua y vieron la cara de Daniela, aliviada que al darse cuenta que no se habían ahogado.

Pasaron el resto de la tarde bañándose y tomándose fotos. Pablo estudiaba fotografía y había llevado su cámara profesional. Retrató a Daniela y a Ignacio, resaltando sus colores y reflejando el amor de hermano mayor que la pequeña de siete años demostraba al regalarle flores y cosas que encontraba en el suelo. Llegaron los padres de Ignacio y todos tomaron once en el comedor.

La noche de verano volvía a caer, dejando atrás en velo rosado y lila del arrebol. Pablo miraba las primeras estrellas sentado como indio en el pasto. Ignacio se acercó a él con dos cervezas y al momento que le extendía una, Pablo le extendía un pito. Ambos fumaron en silencio, habían conversado toda la tarde, lo que pareció un trámite bastante extenso para el verdadero motivo de la visita del joven, pero ya estaban solos.

El cielo estaba negro y los grillos hacían una orquesta en el jardín. Ignacio liberó una densa nube de humo que se coló con las manchas de la vía láctea, devolvió el cigarrillo y se recostó en el pasto, en proximidad a la piscina. Pablo se acercó a él, fumó provocando leves sonidos de brasas estallando, contuvo y devolvió el caño a la boca de Ignacio. Aspiró fuerte, miró fijo los ojos de Pablo que comenzaban a achicarse, extendió su brazo, ubicó la mano detrás de su nuca y lo acercó a sus labios para entregarle el humo que mantenía en su boca. Pablo succionó con fuerza, miró a un lado, exhaló el regalo de Ignacio y lo besó. Puso su mano en su pecho, apretó una de sus tetillas, que ya se asomaba bajo su polera, y lentamente bajó la palma hasta su entrepierna. Ignacio la tenía dura, metió la mano bajo su short y tocó la punta del glande, notándola húmeda. Retiró su mano, se apartó del beso y vio que su pulgar estaba mojado y le sonrió mientras chupaba su dedo. Ignacio se puso de pie, levantó a Pablo y se lo llevó entre las sombras del jardín, como si entraran en las fauces de un lobo.

Entre árboles y matorrales, que proporcionaban un punto ciego para quien se asomara por cualquiera de las ventanas de la casa, Ignacio besó con fuerza a Pablo, presionándole el paladar con su lengua, mordiendo su labio, chocando con sus dientes. Se afirmaba de sus brazos, empinando su mentón, raspándolo con su barba, que la sentía suave y húmeda, con un ligero olor a cerveza y mariguana. Sus pechos se presionaban el uno al otro bajo la ropa, la presencia de Pablo impresionaba a Ignacio, que volvía a bajar con una mano hasta su entrepierna. Lo tomó de su erección, que parecía un pimentero, a la cual le bombeaba sangre para hacerla más dura. Ignacio le levantó la polera por sobre su pecho, le mordió las tetillas, Pablo gemía. Descendió por su abdomen, mordiendo su piel, suave como la panza de un cachorro. Bajó la pretina de short y, en las sombras, vio el pene de Pablo: rosado, grueso, con el glande ligeramente más amplio que el tronco, decorado con una esponja de pelo negro en la base, y se lo llevó a la boca. Su cachorro gruñía suavemente, casi ronroneando. Su verga estaba dura y el sabor de su prepucio tenía sabor a cloro de piscina. Pablo sentía una cómoda aspereza en la lengua de Ignacio, que le apretaba y mojaba. Ignacio jugueteó con el glande como si fuera una frutilla que retenía en su boca sin comérsela.

Pablo estaba ardiendo y la boca de Ignacio ya no era suficiente. Lo tomó de las axilas, lo levantó y lo dio vuelta. Bajó sus shorts y los tiró al pasto como un trozo de piel vieja. Miró su culo, rectangular, carnoso, velludo; arrodillado, lamió una nalga, escupió en sus dedos y se los frotó en el culo. Ignacio podía sentir las yemas de sus dedos haciéndole contacto en el ano, girando con presión, como quien trata de borrar una mancha en su celular, e introduciendo levemente las puntas. Se levantó y su mentón quedó a la altura de la nuca de Ignacio, quien pudo sentir el cálido resoplar del aire de su nariz, como lo hace un toro pronto a embestir. Volvió a escupir su mano y frotó la saliva en su verga, como si afilara un cuchillo carnicero. La verga de Pablo se abrió camino entre los pelos, mojándolos con la saliva que tenía, e hizo contacto con el culo de Ignacio; él pudo sentir como su glande tocaba su piel y como entraba de a poco. No pasó mucho hasta que sintió un agudo dolor que sólo la falta de lubricante puede provocar. “Tengo popper” dijo Pablo, a lo que Ignacio respondió con un “Dame”. Se separó, buscó en un bolsillo de su short, el que Ignacio pisaba, y sacó un pequeño frasquito negro de vidrio. Otro escupo en la verga. Ignacio retiró la tapa, se apretó una fosa nasal y aspiró profundo de la botella. Ya podía sentir el glande de Pablo en su ano. Se apretó la otra fosa nasal y jaló por su contraría. Tomó un poco con su dedo y se mojó la nariz. Cerró la botella y la retuvo entre su mano y el árbol. El glande de Pablo estaba adentro. Ignacio respiró profundo y arqueó su espalda, doblando el cuello hacía atrás. El tronco de la verga entraba en él. Dobló el cuello hacia adelante, apretando su mentó contra su pecho. Respiró profundo, contuvo la respiración, sentía que le ardía la cara y el cuello, el calor de la droga bajó por su pecho y brazos, la verga entró completa y sintió los pendejos de Pablo rozándole el coxis. Ignacio aguantaba gritar, aferrándose fuerte la corteza del árbol, liberando aire y saliva entre sus dientes que mantenía apretados. Pablo separó su pelvis y la volvió a pegar al culo de Ignacio, otra, otra y otra vez. Ignacio siguió sintiendo el calor en su cerebro, cara, cuello, pecho, extasiado, con ganas de que Pablo lo invadiera, lo abriera, lo dilatara, lo llenara.

El papá de Ignacio se asomó por la ventana del living, sin poder identificar la causa del ruido que había escuchado. Nada se movía, ningún árbol, ninguna planta, no se veían sombra distinta a las que siempre generaban los postes de luz de la calle. Pero también sabía que su hijo y su amiguito estaban afuera. Borró todo pensamiento de su mente y entró a su pieza. Se recostó y abrazó a su mujer.

El Oso Oscuro

Oso de tomo y lomo. Orgulloso y comprometido con la causa BEAR en Chile. En busca de exteriorizar, mediante la literatura, las emociones y los demonios que me visitan a diario. Mis cuentos tienen detalles morbosos y a veces groseros, cosa que me encanta, en contextos de la vida normal. Creo en la belleza fuera de los cánones tradicionales y en la maravilla de los clichés. Mister Oso Chile 2017 – Osos Chilenos.

Deja una respuesta

Botón volver arriba