Opinión

Las noches prestadas de “Pagano”. Valparaíso con amor

Las noches santiaguinas a inicios del 2000 se transformaron en formatos predecibles, nada nuevo que brillará bajo la incipiente democracia que se asomaba en nuestro país.

Nos faltaba la adrenalina criminal del dictador, a pesar que mi tránsito por esa época fue de pequeño, no puedo olvidar las fiestas que organizamos en aquellos tiempos, con un padre vestido de rock todo es posible. En mi barrio yo era el gran anfitrión y las fiestas adolescentes eran un espacio de encuentro constante.

Los 90 hicieron su apogeo con grandes fiestas y lugares, no puedo negar que me encontró bien preparado, la juventud deseada por cualquiera la tenía mi cuerpo, eso sumado a un suave mirar y un atrevida galantería, el pase seguro de ingreso a la fiesta permitida para mayores de 21 y de actuar rarito, algo que se notará.

Yo no llegaba con ninguna alita rota, más bien llegaba con mis alas abiertas y las serpientes en mis pies.

Santiago a inicio de siglo ya está luciendo sus envidias, los egos del «primero» y los celos artísticos comenzaron a silenciar lo que fueron importantes y reconocidos lugares de entretención.

Por otra parte, el SIDA y la frágil democracia nos hacían tambalear, la policía militarizada jamás volvió a ser la que era antes del golpe, todos llevaban el sueño del dictador, queriendo brillar en algún momento, registrando en su hoja de vida «Presidente de la República».

En este oasis que se apaga nace en Valparaíso «Pagano», un espacio de encuentro entre fiesta Spandex y Blondie, la diferencia la colocaba el aroma a puerto o el olor a pueblo como decía Dick.

Las colas de vanguardia no podíamos estar ausentes, fuimos varios que hicimos de «Pagano» una noche prestada, y claro, no era nuestro puerto o nuestro lugar, simplemente éramos locas de Santiago que debíamos estar ahí, ocupando las noches de aquellos que no alcanzaron a entrar al oscuro antro del placer.

Para mí la consigna era clara, cuidar la chapita, la chauchera y poner chachara a cualquier «hola» que se escuchara, ya sea lejos o a distancia, «hola» que muchas veces era partido por la risa contagiosa de Ilan, que junto a Majo y Pollo, abrían espacios a los futuros Otakus.

Mientras eso sucedía, un rostro de envidia, celos y amargura se escondía bajo témpera café y tapaba sus pensamientos con un barato y artesanal peluquín, poco recuerdo de ese personaje para muchos siniestro.

Las noches paganas se repetían cada fin de semana, los besos robados, los tragos invitados. La voz se corrió rápidamente, el punto de encuentro comenzaba a ser popular. En ese momento ya éramos clientes VIP, no tan solo por hacer notar nuestra presencia, también por las formas que dibujaba nuestro andar.

Las noches prestadas del puerto cultural, se transformaban en conversación segura para esos días grises, donde la monotonía de una fiesta se alimentaba recordando la barra de «Pagano» y su regalo de plumas, alcohol, sexo, rock y una silenciosa complicidad.

Por psicologocano
José Luis Díaz, Psicólogo

psicologodiaz@gmail.com
Ig: @psicologodiaz

* Imagen solo ilustrativa

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